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Será difícil olvidar la vez que Miguel Ángel Mancera hizo el ridículo con un silbato. Cuando, con aire triunfal, sopló ese diminuto dispositivo diseñado para lanzar una señal “de que algo está pasando.”
El penoso día que sonó su pito y luego lo levantó para dedicárselo a las mujeres.
La demagogia debe detenerse en algún punto y lo del pito no es un resbalón aislado, sino todo un estilo para administrar los problemas de la ciudad.
¿Para qué tocar el pito si en la realidad les vale pito?
Reto al jefe Mancera para que asista a una oficina del Ministerio Público y denuncie un acto de acoso o violencia contra una mujer en la Ciudad de México. No le pido que se desplace desde su oficina en el Zócalo hasta Iztapalapa, basta con que camine a la que está ubicada en la calle Victoria, ahí en el centro de la capital.
En ese lugar le dirán con aires a la vez cansados y arrogantes que hay una cola de 800 expedientes antes que el suyo. Le contarán que los agentes ganan un sueldo miserable, que las fotocopiadoras no sirven, que los horarios son infames, que no hay agentes en número suficiente y que si no tiene algo más serio que denunciar mejor regrese otro día.
Se me ocurre que quizá la próxima vez que vaya a esa oficina lleve conmigo el pito de Mancera. A mi me tocaría silbar el negro —porque soy hombre— y a lo mejor me tratan bien porque ahí juzgan a las mujeres como responsables del acoso sexual.
La idea del pito no tiene pies ni cabeza. Es una ocurrencia absurda por donde se vea. No ayuda ni resuelve, pero exhibe cuán extraviados están los que toman decisiones en la ciudad.
¿Con qué diagnóstico surgió la peregrina idea? ¿Qué evidencia, qué indicadores, qué medición de impacto, qué lógica hubo detrás del chiste?
¿Con qué justificación optaron por gastar el dinero del contribuyente en los pitos?
Una intuición que sólo quien la tuvo habrá supuesto genial. Lo grave es que la política del pito no sea distinta de otras dominantes en la ciudad capital.
Ahí está el proyecto fracasado del Corredor Chapultepec porque la autoridad no fue capaz de escuchar lo que los vecinos, y no el intuitivo gobernante, querían como vocación para esa avenida.
También los 700 mil vehículos —a partir de la tonta interpretación sobre una resolución de la Corte— que el gobierno de la Ciudad de México sacó a la calle para luego resolver con su doble Hoy No Circula.
O las obras de Masaryk que tanto tráfico provocaron y tan poca aceptación han tenido por parte de los vecinos y los miles de turistas que siguen sin visitar las anchas banquetas.
¿Y qué decir de las clases de yoga en el Ángel de la Independencia para que los hipsters de la ciudad luzcan pectorales y bíceps frente a una audiencia sorprendida por el ridículo?
La anécdota del pito no es una anécdota. Es todo un modo de gobernar que enoja por su toque frívolo e indiferente. Es un estilo de la política que enfurece mucho a quienes vemos con alarma el desbarrancadero de nuestra ciudad.
ZOOM: Cuenta la leyenda que los ladrones del barrio viejo de Tepito tenían como pacto chiflarse si alguno veía a la policía cerca de sus calles. “¡Te-pito si viene la tira!, ” decían. Bien haríamos en reciclar el pito de Mancera para hacerlo sonar cada vez que las autoridades se aproximen a nuestras calles con sus intuiciones y sus ocurrencias demagógicas.
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@ricardomraphael