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Fue la revista inglesa The Economist quien hizo famosa la frase “No entienden que no entienden”, para calificar la actitud del gobierno mexicano frente a la crisis política provocada por los episodios de Iguala y la Casa Blanca.
Esta semana, en dos entrevistas distintas, el Presidente respondió —acaso de manera involuntaria— a aquella acusación.
Cuando Francisco Santiago, director editorial de EL UNIVERSAL, lo interrogó sobre las versiones encontradas y en apariencia irreconciliables del caso Ayotzinapa, el jefe del Estado mexicano declaró: “Sólo hay una instancia de autoridad (la PGR) a la cual corresponde resolver y tener una definición sobre el tema”.
En otras palabras, los que no entienden que no entienden son otros: la última palabra sobre la desaparición de los normalistas pertenece a la procuraduría.
Se liga con este arbitraje la contestación que el Presidente dio a Pascal Beltrán del Río, director editorial del periódico Excelsior, cuando este periodista interrogó a propósito del ánimo enojado que hoy domina a la sociedad frente a la política y los gobernantes.
Al respecto Enrique Peña Nieto declaró: “El enojo entre las sociedades no necesariamente tiene sustento”; y luego responsabilizó a las nuevas tecnologías digitales que han transformado las formas de comunicación al punto de distorsionar la verdad con falsedades y mentiras.
En conjunto, las dos declaraciones ilustran el desencuentro que en México todos los días gana terreno entre gobernantes y gobernados.
Lanzamiento de acusaciones mutuas por tener, cada cual, un entendimiento corto de la realidad. De un lado y otro se acusa de falta de sustento y mentiras a la hora de emitir juicios.
Este es el síntoma principal de nuestra sociedad polarizada. Cada quien entiende lo que puede y le conviene, mientras las partes calculan como imposible encontrarse en algún punto del camino que conduciría al lugar reconciliatorio de las cosas ciertas.
Mi verdad es la correcta, dice con autoridad el gobernante. Eres un engañador sin remedio, responde desde su legitimidad el ciudadano. Y en el cruce de esa glorieta de confusiones florece abundante la desconfianza.
Se equivoca el Presidente cuando afirma que la última palabra en el caso Ayotzinapa la tiene la PGR, porque después de que esa institución concluya con su trabajo, será tarea de los jueces arbitrar entre argumentos y verdades contradictorias.
Y aún después de escuchar la sentencia final de los tribunales, el caso puede seguirse litigando en jurisdicción extranjera o en otras mesas donde se reúnan estudiosos del Derecho, historiadores, periodistas y cuanto interesado en el tema pueda sentirse interpelado.
A la verdad se llega ensayando y no por dictado político. No importa cuánto tarde, al final suele prevalecer sobre las distorsiones.
Es en este contexto donde resulta difícil coincidir con la idea de que las redes sociales son causantes de error y falsedad. Cierto es que mientras más información se produzca, más tiempo tarda el ser humano en hacerse de una idea fina de la realidad.
Pero eso no es un obstáculo para aproximarse a la verdad sino un puente sólido para evitar el engaño que antes, quienes podían controlar la información, recetaban a las poblaciones.
La polarización que caracteriza hoy a la conversación pública no se debe a la abundancia de información sino al intento de cada cual por imponer su propio entendimiento de las cosas y, peor aún, cuando se quiere suponer que el otro no necesariamente entiende lo que en la realidad está ocurriendo.
ZOOM: No es con jactancia, arrogancia, ni simulación que vamos a construir una conversación pública que nos vacune contra la polarización. Hoy cada parte merecería mejor respeto hacia sí y para el otro.
www.ricardoraphael.com
@ricardomraphael