Veracruz se hunde. Nada huele bien en esa entidad. La violencia no cede, la represión contra periodistas es de todos los días, la pobreza crece, la corrupción gobierna, la deuda se multiplica y la desviación de fondos públicos es la más escandalosa en todo el país.

No hay solución evidente. Solo los ingenuos creen que basta con sacar al gobernador actual, Javier Duarte de Ochoa, para que esa entidad enderece su camino.

Veracruz está invadido por tumores que se diseminan a gran velocidad. Sin duda Duarte ha sido cómplice de la tragedia, pero sacarlo de su oficina en Xalapa no será remedio mágico.

Y es que no es el gobernador quien gobierna sino otras personas.

Javier Duarte es la fachada de una casa en cuyo interior reina una poderosa mafia. Ayer la cabeza de esta enfermedad fueron Los Zetas. Durante la actual administración tal organización fue arrasada por el Cártel Jalisco Nueva Generación y hace ya al menos tres años que este otro poder criminal ostenta el control del territorio.

Recién un grupo de senadores emprendió dos acciones en contra del gobernador veracruzano: de un lado se exigió a la PGR que procediera en su contra por el presunto desvío de más de 15 mil millones de pesos, registrado por la Auditoría Superior de la Federación.

Del otro lado se turnó a la Cámara de Diputados una solicitud para que Javier Duarte enfrente juicio político y concluya su mandato por anticipado.

Tan complicado está el asunto que el líder del PRI, Manlio Fabio Beltrones, decidió
deslindar a su partido de los actos cometidos por este gobernador.

No sorprendería que en breve el político veracruzano caiga en desgracia por todas las tropelías que ha cometido y termine acompañando en la cárcel a su vecino tabasqueño Andrés Granier Melo.

Y sin embargo, una vez que Duarte deje el poder, Veracruz seguirá atrapado por la maldición del Golfo.

La violencia contra periodistas ha sido a veces solapada y otras quizá ejecutada por este político; pero su verdadero autor intelectual es el crimen organizado. Lo mismo que el acoso furibundo contra activistas de derechos humanos que en esa entidad han denunciado el naufragio del Estado.

La corrupción ahí no significa solo robo, implica algo peor: la organización criminal ha tomado control de un número grande de puestos en los municipios y la administración estatal.

Así fue como las instituciones públicas sucumbieron a la empresa violenta que opera con gran arbitrariedad en contra de la población.

La ganancia económica que el crimen obtiene por sus diversos negocios ha permitido la compra de territorios extensos del país. En esos lugares es cada día más difícil observar la presencia de un poder legal y democráticamente constituido.

La maldición del Golfo es una conjura lanzada desde hace ya más de diez años contra las rutas terrestre y marítima que sirven para mover cocaína y heroína desde Colombia hasta Texas.

El Estado mexicano entregó tres estados —Tabasco, Veracruz y Tamaulipas— a los poderes fácticos de la criminalidad y nadie parece interesado en su recuperación. Se cree con candidez que para curarse de tal maldición basta con echarle toda la responsabilidad a un solo hombre. Aquí y allá así se procede y por ello nada cambia. Se esconden los problemas de fondo y la política prefiere dedicarse al maquillaje.

ZOOM: ¿Cuánta complicidad ha sido necesaria desde el gobierno nacional para que la maldición del Golfo triunfe? De todas, ésta es quizá la pregunta más urgente de responder.

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@ricardomraphael

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