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Durante los más de 25 años de vida del PRD, el grupo político emblema, monolítico e inamovible fue el de Los Chuchos, bautizado por sus fundadores con el eslogan de “Nueva Izquierda”.
Los fundadores son Jesús Ortega y Jesús Zambrano —por eso el mote de Los Chuchos—, y muy pronto se sumaron al primer círculo cuadros como Guadalupe Acosta Naranjo, Carlos Navarrete, Miguel Barbosa y Fernando Belaunzarán, entre muchos otros.
La fuerza de Los Chuchos siempre estuvo asociada a la dureza del cemento que los mantenía unido. Con los años el grupo se convirtió en una suerte de hermandad capaz de los dos extremos de la cofradía: el sacrificio de una de sus partes a favor del todo y todos volcados a favor del beneficio de uno. La unidad de objetivos e intereses era la divisa.
Por eso, esa hermandad resistió engaños y traiciones del poderoso jefe de jefes, Cuauhtémoc Cárdenas, quien los combatió por casi una década y quien prefirió heredar la dirigencia del PRD a Andrés Manuel López Obrador, antes que dejarlo en manos de Los Chuchos. Cárdenas no pudo aplastarlos.
Y es que era tal la solidez del cemento que unificó a Los Chuchos —sus fundadores son un ex militante del partido paraestatal PST de Aguilar Talamantes y un ex guerrillero—, que también fueron capaces de resistir no sólo los embates destructivos de AMLO —que hizo todo por aplastarlos—, sino que lograron echar al tabasqueño de la dirigencia nacional. Desde entonces son el grupo hegemónico en el PRD.
Y un ejemplo de la hermandad de Los Chuchos es que las familias de Carlos Navarrete y Guadalupe Acosta Naranjo compartieron durante años una vieja casona remodelada en la Narvarte, en el DF.
Pero el poder absoluto también corrompe absolutamente.
La hermandad dio las primeras muestras de fractura cuando el poblano Miguel Barbosa llegó al Senado de la República —en las elecciones federales de 2012—; cuando consiguió que Los Chuchos lo designaran jefe de los senadores y cuando llegó a la jefatura del Senado. Se codeaba con las alturas del poder; del presidente de la República para abajo.
Probó el poder y le gustó. Lo que no le gustó fue seguir bajo la tutela de Los Chuchos. Se rebeló y aprovechó que la mayoría de los senadores no eran afines a Nueva Izquierda. Hoy Barbosa camina por la libre, sin la tutela de Los Chuchos. Fue la primera gran fractura.
Luego vino la gestión de Carlos Navarrete. El guanajuatense debió lidiar con lo peor de los 25 años de vida del PRD; carga que la historia le heredaría injustamente. Por eso, en medio de la peor crisis de imagen, credibilidad y confianza, Navarrete pretendió hacer cambios en el partido. Pero chocó con el Chucho Mayor, Jesús Ortega.
Por la libre, Navarrete “tiró la toalla” a favor de una recomposición. Propuso un cambio de paradigma y en un lance desesperado hasta impulsó la presidencia para un externo, como Agustín Basave. Sin embargo, Ortega se negó y empuja a Beatriz Mojica, una caricatura de dirigente. Es la segunda gran fractura.
Y al final, cuando se produjo el jaloneo normal para el reparto de cuotas en la nueva Legislatura de San Lázaro, vino el tercer rompimiento. Al verse relegado, Guadalupe Acosta habló con Jesús Ortega, se quejó de las preferencias hacia Zambrano y, al final, renunció a Nueva Izquierda. Amenazó con poner casa aparte.
En la pelea por la dirigencia del PRD la mejor carta es Fernando Belaunzarán. Pero “cupuleros” como son, lo vetaron. Y pudieran producir la cuarta y definitiva fractura. Al tiempo.
Twitter: @ricardoalemanmx