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La honestidad no es virtud de la política mexicana y menos ejemplo de los políticos mexicanos. El político honesto es visto por sus iguales como fracasado y es motejado por “la jauría idiota” de las redes como “un pendejo”.
La autocrítica, en la política mexicana y entre los políticos de la aldea, es peor que la rabia; todos le huyen y hasta se dicen vacunados contra ella. Es memorable —por ejemplo—, el argumento de reputado “intelectual mexicano” que en defensa de los errores y horrores del más mesiánico y mentiroso de los políticos de todos los tiempos, escribió que en ninguna parte del mundo la izquierda es autocrítica.
Lo cierto, sin embargo, es que no todo está podrido en la política y los políticos de nuestro país. Existen excepciones ejemplares. Lo malo es que esos ejemplos también son ignorados por las cuestionadoras mayorías ciudadanas en cuyas mesas tampoco se desayuna honestidad y menos se cena autocrítica.
Resulta que el lunes 6 de julio de 2009 —horas después de las elecciones intermedias—, el jefe nacional del PAN, Germán Martínez, dejó con la boca abierta a propios y extraños. Renunció al cargo a causa del fracaso de su gestión. ¿Cuándo un político mexicano había renunciado al cargo a causa de sus errores? ¿Cuándo había expresado el mítico “confieso que he pecado”?
Ese lunes Germán hizo historia. Así expuso honestidad y congruencia. “Estoy convencido de que en política se debe asumir las consecuencias del desempeño propio. Siempre tuve claro que de no lograrse esa meta, en la persona del presidente nacional recaerían las consecuencias”.
“La derrota es el momento más claro para demostrar que en Acción Nacional hay dignidad, ética de la responsabilidad y cultura de la dimisión. Anuncio que el día de hoy he tomado la decisión de renunciar a la presidencia nacional del PAN. Convocaré, de acuerdo a nuestros Estatutos Generales, a una sesión de Consejo Nacional, para elegir, en un plazo de 30 días, a un nuevo presidente nacional”. Y recordó a Manuel Gómez Morín: “Que la derrota no paralice, sino instigue, que el simple apetito no se mezcle jamás con el propósito, que si falta un responsable haya muchos para sustituirlo…”
Luego, en un texto publicado en Nexos —junio de 2015—, Martínez Cázares narró el periplo que lo llevó a la dimisión. La respuesta de no pocos políticos y opinadores fue escalofriante. Lo “pendejearon” por su honestidad.
Y es que en la política mexicana la honestidad y la congruencia no pagan; suelen ser gemelas perversas a los ojos de la prole.
Si lo dudan basta ver el caso de Carlos Navarrete, el dimitente presidente del PRD que se convirtió en el segundo jefe nacional de un partido que predica con el ejemplo. Y es que cuando Navarrete anunció que renunciaría por congruencia, pocos o nadie le creyó.
El de Navarrete es —con matices—, el mismo ejemplo de Germán Martínez. Y se puede decir misa del jefe de los amarillos, pero lo cierto es que Navarrete nunca se sentó en la silla de presidente del PRD. ¿Por qué? Porque horas después del arranque de su gestión, estalló la crisis de Iguala, a la que siguió la guerra lanzada desde Morena, luego el peso de las críticas por las reformas estructurales y, al final, el pago de facturas en la elección intermedia que terminó por aplastar al PRD. “Confieso que fallé”, pareció decir Navarrete
Por eso, con la honestidad política e intelectual que le caracterizan, sacrificó su puesto y su imagen para salvar al PRD. Ejemplo mayor; magnífico. México reclama muchos Germán y Carlos. Al tiempo.
Twitter: @ricardoalemanmx