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El parricidio político —el asesinato del padre político— es una práctica que nació con la política misma. En México —por ejemplo— no es novedad que para alcanzar y/o preservar el poder, los hijos suelen matar al padre político.
Cárdenas debió matar políticamente a Calles; Zedillo debió matar políticamente a Salinas; López Obrador debió matar políticamente a Cuauhtémoc Cárdenas —para convertirse en candidato presidencial—, y Marcelo Ebrard nunca fue candidato presidencial por temor al parricidio político contra AMLO.
Si aún tienen dudas, vale recordar que Miguel Mancera debió matar a su padre político, Marcelo Ebrard —quien literalmente está en el exilio—, para con ello tener posibilidades de convertirse en precandidato presidencial. Incluso es posible que Mancera deba matar políticamente a López Obrador, si lo exigen las circunstancias. Y si tiene fuerza para ello, claro.
En otros niveles del poder —sobre todo en los partidos—, el parricidio político es la única llave capaz de abrir la puerta que conduce a la dirigencia nacional. Y ese es el caso de Ricardo Anaya, el joven queretano que nació, creció y alcanzó todos los cargos de relevancia, gracias a la tutela de su padre político, el señor Gustavo Madero.
Ricardo Anaya puede decir misa, puede ignorar la relación padre-hijo que lo mantiene estrechamente unido a Madero, pero al final del camino sabe que no existe otra alternativa para construir su propia carrera política, su liderazgo y su propio futuro, que soltar “el lastre” que ya hoy le significa su padre, el señor Gustavo Madero.
Y es que para propios y extraños, Ricardo Anaya no es más que “el hijo de papi”; el junior de Madero; el hijo al que el padre heredará la casa familiar —la dirigencia del PAN—, pero que en la práctica el verdadero mandón de esa casa seguirá siendo el padre, no el hijo.
Todos saben, por ejemplo, que Madero será designado por Anaya como líder de la bancada del PAN y que desde esa posición de poder Madero seguirá “mangoneando” el destino del PAN.
Pero lo más importante es que en el PAN todos saben que Ricardo Anaya no es más que una pieza más del tablero del ajedrez de Gustavo Madero rumbo a 2018, en donde el verdadero alfil será el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, si no es que el propio Madero.
Y si aún existen dudas sobre el acuerdo familiar que pretende llevar a Moreno Valle a la candidatura presidencial, a Ricardo Anaya a la dirigencia del PAN y a Gustavo Madero a la jefatura del grupo parlamentario del PAN en San Lázaro, basta saber que desde el gobierno de Puebla se operó un grosero e ilegal financiamiento al candidato del PAN en Querétaro, Francisco Domínguez.
¿Y por qué financiar con todo la victoria de Pancho Domínguez en Querétaro? Porque Ricardo Anaya es queretano y porque no podría ser presidente del PAN un político de un estado derrotado. Más aún, en la estrategia de Gustavo Madero, de Moreno Valle y de Ricardo Anaya, también estaba incluido el derrotado gobernador de Sonora, Guillermo Padrés, quien está fuera porque está muerto políticamente.
Lo cierto es que nadie cree que la candidatura de Ricardo Anaya a la presidencia del PAN sea una aspiración independiente. Y no lo creen porque no lo es. En buen romance, Ricardo Anaya es “el dedo chiquito” de Gustavo Madero y lo será aún siendo presidente del PAN. Claro, a menos que se decida por el parricidio político. Al tiempo.
EN EL CAMINO. En el PRI la pelea será a muerte y nadie debe descartar a Manlio Fabio Beltrones.
Twitter: @ricardoalemanmx