Durante buena parte de la gestión de Enrique Peña Nieto —sobre todo cuando empezó el declive de su popularidad—, a los ojos de la opinión pública parecía que el PRI y todo el gabinete habían dejado solo al presidente.

Desde escándalos como la casa blanca y los 43 de Iguala, pasando por Tlatlaya y los recurrentes escándalos por el vandalismo de la CNTE, todos los actores políticos opinaban, cuestionaban y sentenciaban, menos los hombres del PRI y los integrantes de los gabinetes legal y ampliado.

Parecía que la consigna era dejar solo al presidente. Pero también era evidente que no pocos gobernadores del PRI operaban bajo esa lógica, ya que muchos de ellos escondían la cabeza en la problemática local cuando era momento de aparecer en defensa del “primer priísta”.

Pero el “fenómeno avestruz” fue más claro luego del golpazo a todo el gobierno federal —y no solo para el presidente—, que significó la fuga de Joaquín El Chapo Guzmán. La paliza social al presidente fue equivalente al rechazo que en 1994-1995 provocó el “error de diciembre” y que a la postre costó al PRI y al gobierno de Zedillo la pérdida del poder presidencial.

También en el caso de El Chapo, el PRI, buena parte del gabinete y los gobernadores dejaron solo al presidente Peña Nieto. Los únicos que dieron la cara fueron el titular de Gobernación, Miguel Osorio, el comisionado de Seguridad, Monte Alejandro Rubido, y la procuradora Arely Gómez.

Todos los demás, incluida la numerosa prole de presidenciables del PRI prefirieron meter la cabeza en su zona de confort para no dañar sus aspiraciones rumbo a 2018 —en espera de que el golpazo debilitara al presidente y a uno de los aspirantes—, para no aparecer como parte de la sanción social culposa.

Sin embargo, alguien en el PRI —presumiblemente César Camacho—, entendió el grave riesgo del debilitamiento extremo de la imagen presidencial —catalizado por la fuga de El Chapo—, sobre todo ante las presiones por el cambio en la dirigencia nacional y el alineamiento de grupos con miras a la sucesión presidencial.

Ese —el arropamiento a Peña Nieto por parte del PRI, de los gabinetes, legisladores y gobernadores— fue el motivo real, de fondo, del evento que reunió al tricolor el pasado sábado en su sede nacional y en donde Peña Nieto mandó mensajes puntuales y en consecuencia. ¿Qué mensajes; para quién, con qué objetivo?

1. Peña Nieto paró en seco a los suspirantes para la contienda presidencial de 2018; muchos de ellos que incluso llevaron aplaudidores pagados —al viejo estilo del PRI— y otros sembraron en medios supuestos apoyos, como fue el caso de Luis Videgaray. Es momento del presente, no del futuro, les dijo Peña.

2. Peña también dibujó al adversario del PRI —a la contienda de 2018—, que se llama populismo; que derriba economías y empobrece a los pueblos, como en Grecia. Ese retrato hablado en México se llama Andrés Manuel López Obrador. Con esas pinceladas también dibujó la potencial alianza PRI-PAN, que produce gobiernos fallidos como en Oaxaca

3. Y por último también dibujó al nuevo jefe nacional del PRI. Aquel capaz de la modernidad del partido, del rescate de los jóvenes y de modernizar el discurso. ¿Quién cumple esas exigencias?

El problema es que —otra vez— nadie en el gobierno y en el PRI supo vender a las audiencias el peso específico del evento y el mensaje que se perdieron en los dimes y diretes de la escaramuza entre El Piojo y Martinoli. El TRI mató al PRI. Al tiempo.

Twitter: @ricardoalemanmx

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