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A pesar de que se repite como un ciclo, cada vez resulta más difícil de entender.
Y es que mientras en democracias como la de Estados Unidos y España los atentados a la seguridad de las personas, las instituciones y el Estado suelen unificar a sociedad y gobierno en un grito unánime de “¡No pasarán!”, en México y ante situaciones similares la sociedad termina por humillar, vilipendiar, vapulear, caricaturizar y odiar al gobierno, mientras aplaude al villano, al que convierte en héroe.
Está claro que hay enojo social; es evidente que existe pobreza y que la desigualdad campea. Nadie puede negar que política, políticos y partidos han defraudado a las mayorías y que la inseguridad y la violencia han llegado a extremos límite.
Sin embargo, cada vez es más evidente una suerte de enfermedad social frente a tragedias que lastiman a todos, que debilitan a las instituciones del Estado y que —a manera de suicidio democrático—, terminan en romería para elevar a nivel de mártir y héroe al criminal, mientras vapulean al villano gobierno.
No han pasado ni diez meses de la tragedia de Iguala y la conclusión en México y allende fronteras es lapidaria; el gobierno federal y su cara visible, Peña Nieto, son asesinos que matan o desaparecen estudiantes. Ni una sola voz sensata que cuestione al crimen organizado y al corrupto gobierno de Iguala
A nadie importó cerrar filas entre sociedad y gobierno para combatir al cártel criminal que secuestró y mató a los 43. Lo importante fue sembrar la duda, el odio; destruir, ridiculizar y debilitar al gobierno y sus instituciones. Y claro, si es posible, tirar al odiado Peña Nieto, al que se cuelgan mentiras y patrañas. Patrañas que se traga hasta la “chabacana” e interesada prensa extranjera.
Y el más reciente espectáculo de aplaudir al criminal, al que convierten en héroe mientras ridiculizan y vapulean al gobierno, lo vimos los primeros minutos del pasado domingo, cuando se anunció la fuga de El Chapo, que en medio de un espectacular escape por un túnel burló al gobierno, ridiculizó al Estado e hizo pedazos los sistemas nacionales de seguridad.
La fuga de El Chapo es una tragedia para todos los ciudadanos; una muestra extrema de la debilidad del Estado y sus instituciones y un llamado a la sociedad toda —la razón de ser del Estado y la democracia—, para exigir que poder público, partidos, políticos e instituciones apuren un replanteamiento de la seguridad, contra la corrupción y a favor de un Estado fuerte y moderno.
Pero si gobernantes, políticos y líderes partidistas son mediocres, incapaces, corruptos y nada creíbles, los ciudadanos parecen competir por superar esas “extraordinarias capacidades”.
No importa el peligro para la sociedad que un criminal como El Chapo esté en la calle. Importa elevarlo al altar del héroe capaz de debilitar al poder público. No importa que otra vez el crimen organizado debilite al Estado con una fuga como la de El Chapo; importa que El Chapo “le dio en la madre a Peña Nieto”.
Los cárteles criminales, los barones de la droga y del crimen organizado van ganando la guerra “en los corazones de la gente”, como escribió Tsun Tzu. Pero también ganan al imponer la impunidad como medida del éxito de los criminales sobre el gobierno.
Y si las jaurías babeantes siguen convirtiendo en héroes a los criminales y en villanos a los gobernantes —para cobrar pingües venganzas políticas—, lo que sigue es Venezuela, Bolivia o Grecia. Al tiempo.
Twitter: @ricardoalemanmx