Terminamos este “año horrible” inmersos en una crisis de Estado que, para acabarla de amolar, no parecen ver ni el Presidente ni las élites políticas, empresariales y burocráticas del país. Y eso parece porque su discurso optimista, tan alejado de la realidad cotidiana de millones de mexicanos y recreado en el afán propagandístico de que “las cosas buenas también cuentan”, sugiere que ni siquiera la comprenden.

Nadie en su sano juicio puede negar que vivimos con un miedo atroz a la inseguridad y la violencia; que la economía nada más no crece y que, pese a las mentadas reformas estructurales, más de la mitad de la población económicamente activa se emplea en la informalidad; que la gran mayoría de los mexicanos pasan las de Caín para resolver el gasto quincenal de la casa; que ese vía crucis estimula la delincuencia común; que la falta de educación y empleo expulsan a miles de jóvenes a las filas del narcotráfico; y que todos esos males parecen imbatibles porque las instituciones creadas para enfrentarlos están carcomidas por la corrupción.

Así las cosas, tenemos un Estado disfuncional que está en crisis: corrupción e impunidad reinan sobre legalidad y justicia, en detrimento del ejercicio democrático del poder. Tenemos un inocultable hartazgo social por escándalos como el de la Casa Blanca, los gobernadores rateros, la tragedia de Iguala-Ayotzinapa, las fosas clandestinas, las desapariciones, los abusos que involucran a militares (Tanhuato, Tlatlaya, Nochixtlán), la incapacidad frente al crimen organizado y el poder económico, financiero y de letalidad del narcotráfico, y el equívoco manejo diplomático anterior y posterior al triunfo electoral en Estados Unidos de quien representa la más grave amenaza para el país de los últimos tiempos.

De ahí que la ira, el descontento, la polarización y la desconfianza sociales estén latentes y en franco crecimiento. Pero, pongámoslo en perspectiva:

Después de doce años del PAN en la Presidencia, Enrique Peña Nieto recuperó para el PRI la Silla del Águila. En cuatro años de desempeño, es inocultable un declive político que no sólo ha dañado al PRI y al sistema mismo, sino que evidencia la inviabilidad de diversas instituciones fundamentales del Estado mexicano.

Tras la inmovilidad de los gobiernos panistas, producto de la falta de mayorías políticas estables en el Congreso, Peña Nieto consiguió firmar el Pacto por México, una base de alianzas estratégicas clave entre dirigencias partidistas y élites, que le abrió un invaluable tiempo político y encaminó a la aprobación de las reformas estructurales, columna vertebral de su plan de gobierno.

Pero los errores al informarlas, operarlas e instrumentarlas resultaron en una ruptura de las élites políticas y empresariales, secesión ésta atizada por un entorno internacional de crisis (recesión, caída en los precios del petróleo e inestabilidad del peso), que las tiene atoradas y sin los resultados previstos.

Un gabinete de amigos, sustentado en una ya disfuncional tríada entre Videgaray-Meade en Hacienda, Osorio Chong en Gobernación y Aurelio Nuño en la Consejería Presidencial-SEP, perfiló prioridades políticas sin capacidad de orquestación y ejecución, lo que dio lugar a la improvisación y, en repetidas ocasiones, al pasmo gubernamental.

Lo que en 2012 se interpretó como la recuperación del poder presidencial tras la alternancia panista, hoy sólo evidencia un lamentable nivel de incompetencia, de insensibilidad social y de ausencia de capacidad para el ejercicio del poder en una institución, la Presidencia, que debe nuclear a élites y sociedad.

Politólogos de la UNAM aseguran que el actual gobierno ha hecho suya la doctrina del facilismo político, donde la desconfianza social, el deterioro de la convivencia y la revictimización de personas, familias y comunidades a manos de poderes que deberían atenderlas con probidad y eficacia, sólo obtienen como respuesta la manipulación (bajo el criterio de que los problemas se resuelven solos), sin buscar comprender y afrontar sus complejidades y consecuencias.

Ese facilismo político prevalecerá, hasta que estalle, si los mexicanos seguimos aplaudiéndolo y aceptándolo como algo natural, propio de la política y de la corrupción. El riesgo es muy alto.

Si usted está interesado en conocer más elementos de esta interpretación del facilismo político del actual gobierno, puede consultar el ensayo La doctrina presidencial y la nueva generación de gobernantes del facilismo político, en el número 11 de la revista semestral Élites y Democracia que editan politólogos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, dentro de la Fundación Estado y Sociedad.

rrodriguezangular@hotmail.com

@RaulRodriguezC

ralrodriguezcortes.com.mx

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses