Donald Trump celebró en Twitter, el único medio en el que parece sentirse cómodo, los niveles de audiencia que alcanzó su ceremonia de inauguración. Presumió que 31 millones de personas la vieron en televisión, 11 millones menos que a Barack Obama en 2013 luego de su reelección. Eligió no mencionar a los 37.8 millones de televidentes que, según Nielsen, siguieron la primera investidura del demócrata. Hasta ahí solo estaríamos ante alguien que destaca los datos que le son favorables y descarta los que no, pero Trump fue más lejos. A pesar de que era evidente que el viernes pasado había muchos espacios libres, su secretario de Prensa, Sean Spicer, aseguró que nunca antes tantas personas habían visto una ceremonia de inauguración tanto en persona como alrededor del mundo.

Con esa burda mentira se estrenó en el cargo. No hay más ciego que el que pretende que nadie vea. No hace falta ser experto en aglomeraciones para saber que lo dicho por Spicer es falso. Basta ver las tomas aéreas de este 20 de enero y compararlas con las del mismo día pero de 2009 en que llegó Obama al poder, como hicieron algunos medios. La crítica de Trump a los noticiarios por mostrar lo evidente solo es una muestra más de su autoritarismo. Sabemos que él tiende a distorsionar los hechos, pero pretender que todos percibamos esa realidad “alternativa” es demasiado.

Sobra decir que este mentiroso crónico actúa de manera impredecible. En uno más de sus desplantes tuiteros prácticamente retiró la invitación al Presidente mexicano al plantear que si no va a pagar el muro, mejor sería suspender el encuentro. Esto derivó en la cancelación de la visita y abrió muchas dudas en cuanto a cómo será en adelante la relación bilateral.

En lo que no podemos vacilar es en que México debe responder con una gran cohesión.  Ante un vecino poderoso y bravucón hay que actuar con unidad y responsabilidad. Se requiere llegar a acuerdos más allá de intereses partidistas y coyunturas electorales. Pegarle al Presidente es debilitar, todavía más, a quien enfrentará a Donald Trump.

Esto no debe implicar el fin de los cuestionamientos al gobierno. Entender la necesidad de que quien representa a México pueda plantarse ante los estadounidenses con respaldo y fortaleza no significa regalar a nadie impunidad. Se trata de pensar en instituciones antes que en personas.

EL HUERFANITO. En Estados Unidos el presidente acosa a la prensa, pero acá en México también tenemos lo nuestro.

A partir de febrero entrarán en vigor las nuevas disposiciones del Instituto Federal de Telecomunicaciones, y son de no creerse. El organismo pretende obligar, entre otras cosas, a que cada vez que se emita una opinión en un noticiario de radio o televisión ésta se anuncie con una cortinilla. También con una cortinilla se tendrá que especificar que el comentario editorial ha concluido y que lo que la audiencia escuchará a continuación es meramente informativo. ¿Alguien puede imaginar un programa digerible con estas características? ¿De verdad los comisionados creen que la gente no sabe diferenciar entre información y opinión?

Argumentan que es para defender a las audiencias. Deberían empezar por respetarlas. Con esta medida tratan a los oyentes como si fueran idiotas.

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