¿Sabes qué nos ganó? Los medios electrónicos, impersonales pastillas de palabras que dan la sensación de inmediatez y cercanía, y el dejar el tiempo al garete. Porque nuestro último intercambio fue a través de un correo: se me pidió invitar escritores para el Festival de la Palabra en Tamaulipas, para que leyeran obra, para que dialogaran. Y te propuse para música y literatura, que era lo tuyo, como buen melómano que eras, hijo de violinista y pianista. La música de las palabras estaba también en tus poemas, cuentos, ensayos y novelas. Lo último que supe por ti es que en El Mante había habido poca gente para la lectura. Creo, y es una pena, siempre hay poca gente para la lectura. Tú y yo éramos gente para la lectura, me refiero a que me bastaba con aquel tiempo en que nos veíamos en el parque de Arenal junto a la Gandhi y tú me leías poemas de José Hierro, uno de tus poetas favoritos. Eso era un regalo a mis oídos, querido Eusebio, luego sacabas tu anforita con vodka y mi pudor de colegiala (que no lo era) me hacía mirar a todos lados, pero le daba un trago a la botella de metal, porque al fin y al cabo estábamos celebrando la poesía a la luz del día.

¿Qué hicimos de la conversación? ¿Por qué la relegamos si para ambos la amistad es tan preciada y si creemos en ella? Tu partida no sólo ha sido dolorosa sino una llamada de atención. Hay que recuperar el delicioso y trasnochada hábito de sentarse a la mesa, en la banca, y conversar. Escucharse, mirarse a la cara, reírse. No te dije, Eusebio, o tal vez sí, que aquella historia que me regalaste de la cabaretera yucateca la hice cuento. Y que eso sólo tú lo reconocerías. Uno de esos guiños que habría que sumar a los sesenta que propones en tu delicioso libro Primero la A. ¿Circulará todavía? Yo lo tengo en mi estante, al lado de otros. Cada ensayo está dedicado a un amigo, una no está acostumbrada a tal generosidad, y el libro entero a nuestro solidario amigo Julio Derbez, que estuvo para nosotros en las buenas y en las malas. Si no te lo dije, fui muy torpe, porque uno es así, relega las verdades del alma, le parece que no es necesario abundar en ellas, que allí están aunque no se nombren: Eras un hombre generoso, cariñoso y cordial con los amigos. Y me hubiera gustado conjugar el verbo en presente. Eres. Cuando escribiste sobre La más faulera (diecisiete años atrás…) en tu columna de El financiero, me encantó tu frescura, tu compañía. Los escritores tan de palabras y batallas solitarias, pedimos a gritos el diálogo, el abrazo de los pares y no el snobismo y el pedestal. Por eso disfruto el libro donde reuniste citas de Flaubert, una deliciosa compañía para la escritura. Recuerdo que me pediste un cuento sobre el cigarro pues preparabas una antología de cuentos para fumadores, y yo decliné, porque no lo soy. Pero pensaste en incluirme, como siempre. Estoy segura que no te dije que tu lista de sugerencias musicales, tus imprescindibles clásicos, que aparecen en Al servicio de la música, es una tarea que cumplí a medias y que voy a retomar. Son 101 piezas, de las cuales he palomeado la mitad. Escucharlas todas será una manera de conversar contigo, de estar en la esfera de tu gusto musical, de tus muchas horas de escucha y elección. Allí esta el cuarteto de cuerdas de Borodin, que escuché por primera vez, y el cuarteto Cartas íntimas de Janácek, cuyo CD compré nada más por el puro nombre de la composición. Javier García Galeano acaba de escribir sobre ti. Me gusta la coincidencia entre amigos, te extrañamos todos y subrayamos tus muchos talentos y muestras de afecto. Deseo que esta carta sea una forma de conversación que hace tiempo obviamos, aunque parezca un despropósito.

Con cariño, Mónica

(La más faulera)

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