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En julio y agosto llueve en la mayor parte del país. Digamos que en casi todo menos el extremo norte de Baja California, donde el clima se clasifica como mediterráneo con lluvias en invierno. Fueron las vacaciones escolares las que desataron nuestras confusiones geográficas. Me refiero al momento que algunas generaciones vivimos en que nuestros diciembres, eneros y entrada a la escuela en febrero, se mudaron lentamente, año tras año, por el verano del hemisferio norte, al que pertenecemos y que ahora padecemos, me refiero al verano, tal vez también al hemisferio norte. Primero nos pareció un acto de deleznable ignorancia que más allá del Río Bravo, los compañeros de banca de Trump pensaran que México era Centro América. Acinturado y todo, tropical en buena parte, árido en otra y templado y montañoso en una gran medida, el país era tan hemisferio norte como Canadá y Estados Unidos. Sí, no teníamos blancas navidades ni hablábamos inglés, pero veíamos el mismo casquete celeste, un cinturón de orión que podía guiar el rumbo de nuestros hombres de mar (que no es lo que nos caracteriza). Quisiera saber por qué nuestro ciclo escolar tenía su propio aire, y se acompasaba con el del verano del hemisferio sur. ¿Quién había tomado ese decisión y quién decidió mudarla? Porque la mudanza no fue buena, por muy lejana que esté la línea del ecuador de nuestra frontera sur, nuestras vacaciones escolares estaban bien colocadas en los meses invernales, que es cuando las playas están en su mejor momento (o estaban, pues no es la benevolencia del clima lo único que las define ahora) y una ciudad como la capital no es un encharcadero peligroso, una amenaza para conductores, una prisión para los niños que se encierran a iluminar cuadernos (en el mejor de los casos). Perdonen la banalidad, pero quién tuvo la grandiosa idea de ir retrasando nuestro calendario vacacional mes a mes, allá a fines de los 60 para que de noviembre a octubre y luego a septiembre un día fuéramos tan del verano del norte del planeta como nuestros vecinos de paralelos. A fastidiarse. Resulta que para el horario de verano en nuestros relojes y para el horario escolar debíamos parecernos a los “Made in USA”, siempre haciéndonos bullying, mientras había que desazolvar los ríos y las presas, y las coladeras para que nuestros días de descanso no nos obligaran a remar en trajinera las ciudades donde vivimos.
En el mar la vida era más sabrosa en enero, y el mar de los capitalinos siempre fue Acapulco con su bahía de ensueño y su arena dorada y sus olas menudas en Hornos o más fuertes en la Condesa, el agua era fresca y la brisa ideal para aguantar el sol, y no había huracanes ni trombas ni tormentas ni aguaceros ni granizadas por aquí ni por allá. La primera vez que fui a Ensenada me sorprendí de ese verano dorado, como de película gringa, y cuando me quedé hasta el invierno sus lluvias, que fracturaron la carretera con Tijuana, eran una experiencia fuera de lugar. Por lo demás, que alguien me explique por qué nuestros hijos han tenido que vacacionar entre lluvias. Quizás la confusión para quienes vivimos en la Ciudad de México resulte aún peor, porque estando en latitud tropical nuestra altura nos da el clima que otros envidian, excepto cuando las lluvias evocan a Tlaloc. En otros lugares del mundo, nos miran en el centro de un país cónico y nos suponen sudando la gota gorda y resistiendo los calores bananeros, sudamos la gota gorda pero por otras razones, porque merecernos unas vacaciones es asunto difícil para la mayoría de los ciudadanos, porque cada vez alcanza para menos y encima hay que gastar en paraguas y en impredecibles. Tal vez este verano con sus lluvias me parece más intolerable y me trae el recuerdo de las vacaciones de infancia en invierno porque el país hace agua por todos lados y todo él no se puede ir de vacaciones, empacar sus tiliches y hacer como que la reforma educativa ya se dio, la seguridad volvió, la corrupción es cosa del pasado y hay un horizonte de bienestar para todos. No, hay que remarle duro en la trajinera de la incertidumbre en este verano de torrentes.