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Una reforma educativa es tan seria como su comprensión de la complejidad de factores que intervienen en el milagro de aprender a pensar y preguntar con fundamento y da muestra de la solidez de su proyecto en relación directa con la concepción que tenga del quehacer docente. La emprendida en esta administración, si atendemos a estos dos criterios, reprueba: lejos de la complejidad, simplificó las cosas y endilgó todos los males educativos a un solo actor: el magisterio. Además, percibe a la docencia como el proceso que arranca y termina en una frase que es la antítesis del trabajo educativo: “dar clases”. Te toca tercero B… a ti matemáticas en segundo: a darle.
Los gestores de la reorganización laboral, administrativa y política del sistema escolar en el país tienen discursos largos miras cortas: consideran que lo crucial es que ningún niño se quede sin clases, como sean, y quien acceda a una plaza docente a eso se dedique: a impartirlas. ¿Quién no puede dar clases? Es fácil: repartir, repetir, recordar, repasar y reiterar lo que se sabe, y reprender o reprobar al que no atine a reconocerlo y rellenar el ovalito correcto del reactivo. Erre con erre, cigarro…
Esa profesión, oficio en el mejor sentido de la palabra, es lo más remoto al verbo repartir. Enseñar es la forma más alta del conocimiento, porque hay que saber, pero, a su vez, saber cómo propiciar en otros el hambre y la pasión por pensar las razones en las que se funda lo que se conoce. Por eso, ha habido en la historia instituciones dedicadas a la preparación del magisterio. Son escuelas, en nuestro caso las Normales, especializadas en la formación de lo que diferencia al que es erudito en un campo del conocimiento, del que sabe del mismo, sin duda, pero cuenta en su haber, además, con la sapiencia para ejercer el domino pedagógico del contenido a enseñar. Los distingue la perspectiva pedagógica y la capacidad para producir, de manera creativa, diversas modalidades didácticas orientadas al aprendizaje. ¿Dar? Que den misa los curas y discursos los funcionarios. Las maestras y los profesores producen ambientes de aprendizaje en relación con sus alumnos y colegas.
Hay un programa de estudio inicial para ello, específico, que incluye prácticas docentes dirigidas y, como en las demás profesiones, en el ejercicio cotidiano y los retos que se presentan, ocurre la habilitación más profunda: no es nada más experiencia. Es experiencia reflexionada y discutida. Es lo que sabemos apreciar en la vida diaria cuando decimos: ese señor sabe bien su oficio. El que sea.
No va en este sentido considerar que, con base en la ley, a partir de este año “cualquier persona con un título universitario que obtenga el puntaje adecuado podrá acceder a una plaza docente en Educación Básica”. Esta expresión relaciona un diploma y un examen, suponiendo que el diploma avala que se sabe, y el examen mide si se tienen las condiciones para ser docente. No hace referencia a la necesidad ineludible de una especialización en la labor pedagógica.
¿Tiene título y le falta trabajo? No se angustie: con la licenciatura y buen puntaje puede dar clases. ¿Y el examen? Calma: abundan negocios en que le enseñan, en un par de fines de semana, cómo sacar nota de idóneo. Garantizado. ¿Cobran? Sí: nada es gratis. Es una inversión… con lo escaso que está el empleo.
Fortalecer a las Normales y otras modalidades de formación de profesores es crucial. Urge. Suponer que la llegada de “cualquier” persona con algún título mejorará la educación ignora que la evaluación oficial reportó que el 85% de los examinados resultó satisfactorio, bueno o destacado: egresaron de Escuelas Normales. No cualquiera es capaz de llevar a cabo el oficio, salvo que dar clases sea el rumbo y objetivo. Así, la educación no avanzará pues no es idóneo el camino.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
@ManuelGilAnton mgil@colmex.mx