Ante la amenaza de Donald Trump, siempre existió la intención de fortalecer a las comunidades mexicanas en Estados Unidos; existió la idea, hasta algún esbozo de estrategia, pero se impusieron los intereses, la diplomacia de tapaderas sobre el interés de una nación, las renuncias de quienes no se prestaron a un juego de discursos sobre el urgente pragmatismo de lo que no se había hecho en décadas, ganó el glamour en los consulados, los cocteles con la gente bonita, sobre el trabajo de mangas arremangadas en los barrios latinos. Ganó, otra vez, la frivolidad sobre la realidad.
Nuestros cónsules nunca rebatieron el discurso de odio.
Preferimos quedarnos todos callados: ni ellos ni la comunidad a la que supuestamente apoyarían hizo absolutamente nada, el pretexto de la no intervención fue sumamente cómodo, estuvieron más preocupados por apagar el fuego de la visita de Trump, y su trato como jefe de Estado en México, que por escuchar a los connacionales a los que les falló su país por doble vía (en su territorio y también en Estados Unidos)... ¿para qué molestarse?, de todas formas, era impensable que los republicanos llegaran a la Casa Blanca, después nos arreglaríamos con Hillary… Las comunidades siempre podrían esperar. No eran, nunca han sido urgentes.
Urgente sí fue, sin embargo, mandarles casi 900 millones de pesos a las organizaciones que apoyan a los mexicanos en el extranjero, luego les pedirían cuentas, con ese dinero seguro algo importante se haría, ¿qué, exactamente?, ¡no importa!, lo indispensable era quedar bien, la foto, el pretexto de que algún esfuerzo, así sea únicamente el de unas transferencias bancarias, se estaba realizando.
Ganó Trump, se ahogó el niño, y ahora la Cancillería busca con urgencia tapar el pozo: “Empoderar a los mexicanos en Estados Unidos”, ¿y por qué no se hizo antes?, ¿de qué servían las decenas de visitas repletas de comunicados y discursos estériles?
Debemos aceptarlo, la estrategia de la Secretaría de Relaciones Exteriores ante el triunfo avasallante de Donald Trump ha sido un monumental fracaso, del tamaño de un muro en la frontera, indignante de la misma forma en que nos llamaron “violadores, rateros y narcos”, y guardamos silencio. No puede argumentarse que se hizo algo para evitar la llegada de Trump porque ni siquiera se intentó, he ahí el resultado de jugar al Tío Lolo y esperar que, de alguna forma, todo termine por arreglarse solito.
Donald Trump ya es el presidente electo, no hay vuelta atrás, pero, al menos tarde, aprendimos que lo importante sí son nuestros connacionales allá, a los que abandonamos, a los que dejamos a su suerte… Vamos a empoderarlos, aunque dudo que quieran saber algo de su gobierno por estos días.
De Colofón. Los mexicanos pagarán el muro a través de los recursos decomisados a la mafia en la frontera. La mafia es mexicana.