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Sólo puede escucharse la metralla, balas que rozan la piel. Disparan a matar. Apuntan a la cabeza con armas largas. Muchos preferirán morir a ser detenidos para pudrirse en una cárcel. Se lo han jugado todo, no tienen nada que perder.
Han secuestrado, extorsionado, violado, descuartizado. Tienen sangre fría, simplemente son humanos por definición fisiológica y jurídica. Ya no les importa nada. Son sicarios, si se quiere el discurso noble serán víctimas de las circunstancias, de la pobreza, del abandono o de la marginación. Pero, seamos francos, al final tomaron la decisión de convertirse en parias. Nadie los obligó a matar. Son víctimas de sus decisiones.
Tlatlaya representa un punto de inflexión en el debate de los militares combatiendo al crimen organizado en la calle. Pasa por los derechos humanos y los protocolos de una guerra, porque, aun sin decretar el Estado de Excepción, en varios puntos de la República se vive una guerra.
Dudo mucho, tal como no lo ha podido demostrar la PGR, que los soldados de Tlatlaya hayan fusilado a hombres rendidos que primero les dispararon e hirieron a un elemento castrense o que hayan manipulado la escena del crimen. Si fue así, ¿por qué dejaron a testigos vivos, cuando la consigna era borrar la evidencia?
En este falso debate de la ecuación de bajas civiles versus bajas militares, me preocuparía que el resultado fuera inverso pues, ¿que no nuestros soldados están entrenados en tácticas avanzadas de combate? ¡Qué vergüenza y decepción si el número mayor de bajas se diera entre los soldados! Hablaríamos de un enemigo superior a las Fuerzas Armadas. Estaríamos jodidos.
Pero, preocupa más que varias organizaciones civiles, con claros intereses políticos y económicos, lancen un discurso que victimiza a los infames criminales. ¿A alguien le importan los derechos humanos de los damnificados por las “víctimas”?, o ¿será que esos no son tan apetitosos mediáticamente porque no dibujan el atractivo discurso del Ejército asesino?
Solamente quien ha estado en medio de una tormenta de proyectiles sabe lo ridículo que se oye el famoso: ¡está usted bajo arresto, tiene derecho a guardar silencio!
Si sacamos al Ejército, ¿qué nos queda ante la ley del plomo?
DE COLOFÓN. A lo jarocho, buscarán anular la elección. Gane quien gane.