Tras participar como observador en el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, invitado por la Electoral Commission de ese país, me permito compartir dos reflexiones sobre el tema.

La primera tiene que ver con el sistema electoral británico. Más allá de los cerrados resultados, hay muchos datos interesantes del sistema electoral del Reino Unido que, al estar enteramente fundado en la confianza, contrastan con el nuestro, construido para inocular la diligente desconfianza que nos caracteriza. Se vota en un día laborable entre las 7:00 y las 22:00 horas; los miembros de la casilla son funcionarios públicos y para votar los electores no tienen que identificarse sino que basta con que indiquen su nombre y dirección registrados. No hay representantes partidistas en las casillas, la urna es una caja negra y el escrutinio no se hace en la casilla sino en 382 centros de conteo en todo el país.

Tampoco hay resultados oficiales preliminares; todo mundo espera pacientemente y sin albazos los resultados oficiales. Éstos fluyeron poco a poco conforme cada centro de conteo concluía su trabajo y finalizaron hasta las 4:40 de la mañana del día siguiente. Al tenerse los resultados, los que ganaron lo hacen sin estridencias y los que perdieron lo aceptan y miran hacia adelante. Se trata de aspectos que revelan que, cuando el punto de partida es la confianza en el sistema, el mismo puede simplificarse al máximo sin generar suspicacias.

En segundo término, desde un punto de vista político, además de la incertidumbre que provoca la ya prácticamente irrevocable salida de la UE, llama la atención la diferenciación del voto por país: Inglaterra y Gales tuvieron la misma proporción de voto: 53% por el Leave y 47% por el Remain (a pesar de que en Westminster, el centro de Londres —como en casi todas las grandes ciudades— ganó la permanencia con un apabullante 75% a favor); pero Irlanda del Norte y Escocia optaron por permanecer en la Unión, con un 56% y un 62%, respectivamente.

Ese hecho vuelve casi inminente que se plantee un nuevo referéndum independentista —como el que se tuvo en 2014— en Escocia (claramente proeuropea) con grandes posibilidades de que ahora gane la postura de independizarse del Reino Unido para mantenerse en la Unión Europea.

El triunfo del Leave encuentra como principal explicación el rechazo a la migración, pero resulta contrastante el hecho de que prácticamente en todas las ciudades grandes, aquellas que conviven cotidianamente con ese fenómeno —más progresistas que el conservadurismo rural y provinciano—, la posición prevalente fue la del Remain. Ello, sumado al hecho de que el voto por la salida de la UE fue prevaleciente entre los mayores de 60 años y no entre los jóvenes, habla del hecho de que en el referéndum británico la retórica nacionalista y conservadora —que mucho tiene de demagógica— se impuso.

Se trata de un hecho que sin duda va a marcar la vida política y económica del mundo en un modo aún no previsible. Por lo pronto, los efectos del Brexit se vieron de inmediato al anunciar David Cameron su renuncia como primer ministro, efectiva a partir de octubre. Ya se especula sobre sus posibles sucesores, empezando por Boris Johnson (el ex alcalde de Londres) un controvertido político al que más de uno le encuentra similitudes con Donald Trump quien, por cierto, ya se pronunció sobre el Brexit, señalando su felicidad porque los británicos “se apropiaron nuevamente del Reino Unido”.

Consejero presidente del Instituto Nacional Electoral

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