En la primera vuelta de la elección francesa, los jóvenes, hartos del desempleo y ejerciendo esa irracionalidad chic de la post-adolescencia, apoyaron en primer lugar al candidato de extrema izquierda Mélenchon y luego a la candidata de extrema derecha, Marine Le Pen. En la segunda vuelta de ayer, cuatro de cada diez votantes de entre 18 y 24 años de edad favorecieron a Le Pen, esa peligrosa dinamitera de la idea misma de Europa. Así, aunque una estrecha mayoría de jóvenes se inclinó por Emmanuel Macron, los primeros votantes estuvieron a punto de sumar un capítulo más en su reciente historia de desencuentros con la sensatez.

Una de las grandes incógnitas pendientes que han dejado tras de sí las votaciones cardiacas del último par de años es el rumbo que tomará la participación política de los famosos millennials, que parecen debatirse entre la seducción del populismo, la protesta romántica y, sobre todo, la apatía. En Gran Bretaña, por ejemplo, la mayoría de los jóvenes participaron en contra del Brexit, pero lo hicieron en números considerablemente menores a otros grupos demográficos de mayor edad que votaron por dejar Europa. Al final, los jóvenes británicos que se quedaron emberrinchados en casa cedieron las riendas de su futuro.

En Estados Unidos, los jóvenes tuvieron un doble papel. Primero, dieron consistentemente la espalda a Hillary Clinton durante las elecciones primarias del Partido Demócrata, prefiriendo apoyar el populismo antisistémico —y, en la práctica, utópico— de Bernie Sanders. En la votación presidencial, apenas el 50% de los jóvenes se presentó a sufragar, y aunque la mayoría lo hizo por Clinton, Donald Trump logró un respaldo lo suficientemente respetable como para llevarse el triunfo en estados clave (en total, Trump se llevó una tercera parte del voto joven en el país). En Estados Unidos, como en Gran Bretaña, la característica central del voto millennial fue la indolencia. Supuestamente hartos de la política, catastrofistas de redes sociales, con la falsa cantaleta de que “todos son iguales”, los votantes más jóvenes prefirieron otorgar el control de sus vidas a otras generaciones.

La variable de la generación millennial será crucial en la elección mexicana del 2018. Los números de votantes jóvenes serán de verdad impresionantes: 25 millones de votantes de entre 18 y 29 años de edad inscritos en el listado nominal, más de 3 millones de jóvenes que votarán por vez primera, catorce millones que tendrán su primera oportunidad de elegir a un Presidente de México. En total, uno de cada tres votantes en México en el 2018 pertenecerá a esas generaciones de impredecible comportamiento —y entusiasmo— electoral.

En términos generales, en el 2012, los jóvenes mexicanos optaron por la desidia. En el 2015, la nota relevante fue el apoyo a partidos y figuras alejadas de las organizaciones tradicionales. En el 2018, el reto para los candidatos presidenciales será mayúsculo. Los aspirantes a la Presidencia se encontrarán con una generación desencantada y pesimista. Hace poco más de tres años, en la “Primera encuesta iberoamericana de juventudes”, los jóvenes mexicanos ya veían con decepción a las instituciones y asumían su futuro con auténtica pesadumbre. Una encuesta de agosto pasado publicada en EL UNIVERSAL reveló que solo el 24% de los jóvenes se interesa por la política, mientras que 43% dijo que los políticos son “deshonestos” y más del 60% reveló simpatizar con candidaturas independientes. De ese tamaño es el desafío para los candidatos y partidos en el 2018.

¿Quién podrá encontrar respuesta al acertijo que plantea el gran bloque de votantes jóvenes? Es difícil saberlo. En el 2012, Andrés Manuel López Obrador superó cómodamente a Enrique Peña Nieto entre los jóvenes con educación superior, pero no le alcanzó para animarlos a salir a votar en números considerables. La lógica supondría que, el año que viene, el candidato del PRI enfrentará obstáculos infranqueables para ganarse el apoyo de jóvenes que ven a los políticos con tanto recelo. ¿Y el PAN?

¿Qué efecto tendrá entre los jóvenes la hipotética candidatura de Margarita Zavala? Los últimos videos de la candidata panista, respondiendo mensajes desde su celular muy al estilo de los programas de comedia estadounidenses, sugieren que el demográfico no le pasa desapercibido. Aun así, es imposible evitar pensar en el espacio que queda ahí, en el centro político, para un candidato auténticamente joven e independiente que comience un movimiento que apele a la frescura, lejos del acartonamiento, de los modos soporíferos y las complicidades de siempre, con un discurso esperanzador pero pragmático. Un Emmanuel Macron mexicano. No suena mal. En fin: para los jóvenes, y los no tan jóvenes, se vale soñar.

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