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Los republicanos están entrando en pánico, y con justa razón: pasan las semanas y Donald Trump sigue encabezando absolutamente todas las encuestas estatales y federales rumbo a la candidatura presidencial del partido conservador en Estados Unidos. La fortaleza de Trump ha desafiado cualquier pronóstico. No hay ningún precedente que explique el fenómeno en toda su complejidad. En otros tiempos y otras circunstancias, una fracción de las barbaridades de Trump habría bastado para aplastar los sueños de gloria de cualquier otro político. Trump, en cambio, parece impermeable a las leyes de la gravedad política. Por ahora, como dijimos en este mismo espacio hace meses, Trump va muy en serio. Las voces que insistían en mofarse del supuesto “payaso” guardan ahora un silencio ominoso: su perplejidad no da para más.
Además de su larga fortaleza en las encuestas, hay varios factores que complican un eventual desvanecimiento de la figura de Trump. Pienso, de entrada, en dos.
El primero es la fortuna. Desde el anuncio de sus aspiraciones presidenciales, Trump ha gozado de una suerte escalofriante. Por azares del destino, la realidad ha terminado por alinearse con su retórica extrema en distintos momentos cruciales de la campaña. Vayan algunos ejemplos. Apenas un par de meses después de que Trump comenzara con su prédica racista contra los hispanos, un indocumentado de nombre Juan Francisco López asesinó a sangre fría a una mujer en un muelle en San Francisco. Fue un hecho completamente excepcional: todos los análisis estadísticos disponibles demuestran que Trump se equivoca al denigrar a la comunidad inmigrante, que registra índices de criminalidad menores a los nacidos en Estados Unidos. Precisamente por eso, el momento de locura de López fue un inmenso golpe de suerte; la justificación, en un asesinato particularmente dramático, de la narrativa de exclusión del candidato. Trump respondió con un “se los dije” y pegó un brinco en las encuestas.
Meses después, justo cuando Trump insistía en advertir de los peligros del Estado Islámico, ocurrió la masacre de París. El candidato respondió con otro “se los dije” y volvió a pegar un brinco en los sondeos.
Y, por supuesto, el colmo de la (tétrica) suerte de Trump ha sido la masacre de San Bernardino, ocurrida justo cuando aquél insistía en la enloquecida idea de imponer controles protofascistas sobre la población musulmana en Estados Unidos. Y aunque Trump respondió con mayor cautela (es un decir), el resultado en las encuestas fue el mismo. Parece increíble, pero es verdad: el horror de los tiempos ha demostrado ser el mayor aliado de la improbable candidatura de Donald Trump.
El otro factor que agudiza la preocupación republicana es que Trump se ha adueñado de un papel absolutamente crucial en el partido conservador: el hombre fuerte en política exterior y seguridad. Parte de la fortaleza histórica del Partido Republicano es su capacidad para apelar a la paranoia belicista de buena parte del electorado. Hace tiempo, de hecho, se puso de moda llamarle el Daddy party; el “partido papá”, el que sabe cómo lidiar con las amenazas que, sobre todo después del 11 de septiembre, atormentan la psique estadounidense. En un sondeo reciente de Gallup, 52% de los encuestados dijo confiar en el liderazgo del Partido Republicano para proteger al país del terrorismo internacional. Sólo 36% se inclinó por los demócratas: una cifra notable. De ahí la importancia capital que tiene lo que ha conseguido Trump: ser percibido, digamos, como papá dentro del partido papá lo acerca a la candidatura presidencial. Y la ventaja de Trump en el tema es, por decir lo menos, impresionante: 46% de los republicanos lo identifican como el candidato mejor preparado para lidiar con la amenaza que representa el Estado Islámico. El segundo lugar es para el senador Ted Cruz, con… ¡15%!
Si Trump consigue consolidarse en ese papel de mano dura y la realidad insiste en ayudarle con una nueva ronda de atrocidades, será muy complicado que otro candidato le arrebate la nominación.
Los republicanos tiene razón en estar preocupados. Muy preocupados.