En los últimos días de 2016, Jay Rosen, eminente profesor de periodismo de la Universidad de Nueva York, publicó un par de largas disertaciones en su blog sobre las amenazas que enfrentará el periodismo en la era Trump y lo que los periodistas pueden hacer para defender su quehacer cotidiano y su oficio. “Viene el invierno”, dice Rosen sobre las nubes que se ciernen sobre la libertad de prensa en Estados Unidos. No le falta razón. El rechazo a los medios de comunicación y a los periodistas (lo que acá se llama “w r”) fue uno de los pocos temas en común entre demócratas y republicanos durante la campaña de 2016. Rosen cita, por ejemplo, un estudio del centro Pew que revela una cifra pavorosa: el promedio de estadounidenses que dice confiar en la información que recibe a través de medios de comunicación tradicionales ha caído a apenas un 20% (14% entre los republicanos).
Rosen explica su alarma en 17 incisos. La lista es exhaustiva y extenuante. Le preocupa, por supuesto, el estilo autoritario de Trump y su inclinación a atacar a los medios de comunicación de manera sistemática. Pero también le inquieta la manera como la prensa ha tratado de responder a, por ejemplo, la inédita estrategia de comunicación y propaganda de Trump a través de su cuenta de Twitter: Trump tuitea mentiras “escandalosas”, los periodistas tratan de verificar la información y exponer la falacia, cosa que aquél aprovecha para victimizarse y asignar a la prensa el papel de villano. Trump gana y el periodismo pierde. A Rosen también le preocupa la crisis económica por la que atraviesa la mayoría de los grupos periodísticos tradicionales en contraste con la bonanza de la que gozan medios de comunicación de gran impacto social pero nula vocación periodística, como Google y Facebook. La lista continúa: la creciente frivolidad de la sociedad estadounidense, enamorada del espectáculo y sus productos, de los que Trump es el epítome; la insularidad de muchas organizaciones periodísticas y no pocos periodistas, que insisten en vivir en una suerte de burbuja liberal; la apuesta de buena parte del movimiento conservador por traficar teorías de la conspiración que anulan la capacidad de reflexión y reducen todo a la víscera. El escenario, pues, es de terror.
Algunas horas después de la publicación de su primer análisis, Rosen posteó una lista de recomendaciones o posibles estrategias para lidiar con la amenaza trumpista. Rosen sugiere, antes que nada, no caer en la manipulación cotidiana que practica, con una destreza impresionante, Donald Trump. En otras palabras: a través de sus enloquecidos tuits, Trump pretende no sólo establecer la agenda, sino también “distraer, monopolizar, confundir”. Los periodistas no pueden caer en ese juego. Más importante aún, Rosen sugiere establecer mecanismos periodísticos innovadores y creativos que cubran cada paso y cada promesa trumpista de manera contundente y transparente: usar redes sociales para documentar cómo se hace el trabajo periodístico para volver a ganar la confianza del público escéptico; tomar nota y revisar cada una de los compromisos de campaña de Trump (muchos de ellos irrealizables); dejar de depender de las fuentes oficiales y las filtraciones y volver al periodismo de investigación (“periodismo de afuera hacia adentro, no al revés”). En suma, Rosen recomienda lo mismo que alguna vez le oí decir a mi amigo Daniel Moreno, mi antiguo jefe en W Radio y actual director de Animal Político, ejemplo de periodismo que le gustaría a Rosen: “ante la duda, haz periodismo”.
La lectura del doble decálogo de Rosen sugiere que 2017 pondrá a prueba al periodismo sin adjetivos como nunca antes en Estados Unidos. Si 2016 significó un año de fracasos y frustraciones para el gremio, que no supo leer parte del humor nacional ni el rumbo de la elección, 2017 debe ser un parteaguas. Es ahora o nunca, en la defensa del oficio y su servicio a la sociedad. Esta conclusión sirve para el periodismo estadounidense, pero también para el mexicano. Los periodistas mexicanos enfrentarán (enfrentaremos) retos tan o más grandes que lo que ya tienen enfrente los colegas en Estados Unidos. Los medios de comunicación tradicionales en México no se salvan de la desconfianza. En algunos casos, incluso, es todavía más aguda que la que se vive en Estados Unidos. A eso hay que sumarle los peligros reales que enfrentan muchos valientísimos colegas. En muchos casos, ser periodista en México a principios de 2017 es estar entre la espada de la amenaza física y la pared de la censura o la autocensura. En ese caldo de cultivo se desarrollará la campaña electoral de 2018. Será una labor difícil, pero el periodismo mexicano tendrá que encontrar la manera de estar a la altura del reto que implicará la próxima batalla por la Presidencia. Algunos candidatos tratarán de irritar aún más a un electorado indignado. Otros tratarán de tapar la caja de Pandora de sus pecados con demagogia y promesas. Algunos más tratarán de escabullirse de su pasado con florituras retóricas. Habrá propaganda burda en redes sociales, filtraciones de escándalo, intentos de manipulación. Además, claro, la legitimidad del trabajo periodístico se verá cuestionada a diestra y siniestra, tal y como ocurrió en Estados Unidos. Frente a esta lucha, los periodistas mexicanos debemos aprender de las lecciones de los colegas estadounidenses, hoy aterrados y quizá hasta humillados, pero en pie de guerra ante lo que viene. Toda la prensa estadounidense querría poder regresar el tiempo al primero de enero de 2016 y hacer las cosas mejor. Nosotros estamos en el umbral de nuestro desafío.