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Desde hace casi veinte años (y quizá más) el Partido Republicano en Estados Unidos ha vivido debatiéndose entre el dogmatismo ideológico y la antimodernidad, todo para atraer el voto de su demográfico más importante: los votantes conservadores y evangélicos.
El resultado ha sido, por momentos, casi risible. La lucha de los republicanos contra la explicación del cambio climático (es culpa del hombre) los ha llevado a extremos ridículos, dándole la espalda a la ciencia y, a últimas fechas, al sentido común. En política exterior, el asunto ha sido igual de grave, aunque mucho menos cómico. El ejemplo perfecto es el 11 de septiembre y la justificación de la desastrosa guerra en Irak. La verdad objetiva es que los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono ocurrieron durante el mandato de George W. Bush (un presidente republicano, evidentemente) y que, a pesar de que había señales explícitas de los planes de Al Qaeda, Bush no supo hacer lo suficiente para detener el ataque. Otra verdad incontrovertible es que el conflicto en Irak fue un error mayúsculo, justificado a base de mentiras y chantajes, que desencadenó un gravísimo proceso de desestabilización que, a final de cuentas, dio a luz a ese monstruo llamado ISIS. Esa, repito, es la verdad (perdón) histórica. Pero los republicanos insisten en otra versión. El mito que persiste dentro del partido es que George W. Bush mantuvo seguro a Estados Unidos y que la responsabilidad del 11 de septiembre corresponde a Bill Clinton, quien no eliminó al líder de Al Qaeda cuando pudo hacerlo. En cuanto a la guerra en Irak, los republicanos dicen que o aquello no fue un error o el gobierno de Bush actuó de buena fe, bajo el entendido de que Hussein seguramente tenía armas de destrucción masiva en su arsenal. Ambos argumentos son casi vulgares en su deshonestidad.
A corto plazo, la estrategia de la burbuja republicana podría tener sentido. En las últimas elecciones, la base conservadora del partido ha permanecido firme. Pero se antoja complicado que los republicanos extiendan su relevancia política entre las nuevas generaciones, cuya actitud en temas sociales es más progresista y lo será todavía más.
Por eso, como otros partidos enamorados de sus usos y costumbres anticuados, el Republicano necesita un reformador. Alguien que tenga la capacidad de reventar la burbuja y obligar al partido a debatir, sin vendas en los ojos. El problema, claro, es que el papel del reformador es generalmente ingrato, al menos electoralmente. Ir contra los dogmas de un partido (y de un buen número de sus partidarios) podrá ser valiente moralmente, pero puede ser desastroso en el terreno político. Se necesitan pantalones, pues.
En este momento, el candidato más aventajado para ser el gran reformador del Partido Republicano es… Donald Trump.
Así es, querido lector, no tiene usted que tallarse los ojos: escribí Donald Trump. En el debate del sábado pasado en Carolina del Sur, Trump hizo lo impensable. A pesar de encabezar todas las encuestas en todos los estados en juego, incluida Carolina del Sur, Trump aprovechó el debate para poner en tela de juicio al menos tres grandes dogmas republicanos. Primero, cuestionó el liderazgo de George W. Bush. En un momento extraordinario, Trump se atrevió a decirle a Jeb Bush que el 11 de septiembre había ocurrido durante el “reinado” de su hermano, palabras prohibidas desde hace casi quince años en el partido. Pero Trump fue más allá. En Carolina del Sur, un estado donde el voto de los miembros de las fuerzas armadas tiene gran peso, Trump se atrevió a cuestionar la guerra en Irak, insistiendo en que había sido un error justificado por mentiras. Por si eso fuera poco, Trump procedió a defender a Planned Parenthood, la organización sin fines de lucro que los republicanos detestan porque provee servicios de control natal a cientos de miles de mujeres. Para los republicanos evangélicos, Planned Parenthood es una sucursal del infierno, promotora de anticonceptivos y abortos. Hablar bien de la organización en un debate republicano es, pues sí, casi un suicidio político. Pero eso fue lo que hizo Donald Trump.
Ya sea por accidente o por un momento de lucidez, Trump colocó al Partido Republicano frente al espejo. La reacción de los votantes republicanos será clave para entender el futuro de la candidatura de Trump, pero sobre todo del movimiento conservador en Estados Unidos. Si Trump sigue con vida después de su letanía de incorrección política, el Partido Republicano podría considerar que su futuro está en la moderación y no en el extremo reaccionario.
Y eso, por donde se le vea, sería una buena noticia.