En septiembre del año pasado publiqué aquí mismo una columna donde critiqué la designación de la respetada académica María Echaveste como aspirante a embajadora de Estados Unidos en México. El texto me ganó reproches, públicos y privados. Gente cercana a Echaveste cuestionó mis motivos y lamentó que me manifestara en contra de lo que era, a sus ojos, un logro de tal calibre para la comunidad hispana que cuestionarlo implicaba una especie de traición. Otros me acusaron de ignorar la carrera académica de Echaveste o sus vínculos con organizaciones respetadas como el Wilson Center. El asunto, créame, llegó a extremos absurdos.

Mi argumento, sin embargo, sigue siendo el mismo y no demerita en modo alguno la carrera académica y la biografía (ambas notables) de María Echaveste. Hay puestos diplomáticos que exigen más que una carrera académica encomiable; puestos que no se prestan para cubrir cuotas, promover amigos o ceder a la experimentación (que se parece mucho a la improvisación). La embajada de Estados Unidos en México es uno de esos lugares. ¿El mejor ejemplo? Después de la declinación de Echaveste, el gobierno de Barack Obama optó por nominar a Roberta Jacobson, la mayor experta diplomática con la que cuenta Estados Unidos para América Latina. Era y es el nombramiento adecuado.

El argumento central de aquella columna sobre Echaveste es el mismo al que ahora recurro para objetar el aparente nombramiento de Miguel Basáñez como embajador de México en Washington. Comenzaré registrando que tengo el gusto de conocer a Basáñez y a su familia por varias décadas. Desde finales de la adolescencia me une una amistad con Tatiana, su hija. Por lo demás, tengo la mejor opinión de Miguel Basáñez como académico y pionero encuestador. Es un hombre de pensamiento original y sensible. Después de conversar con un buen número de colegas que lo conocen también desde hace años, no encontré una sola opinión que no fuera cordial. Pero tampoco, me temo, pude encontrar a alguien que me explicara cuál es la experiencia diplomática específica que hace de Basáñez el mexicano pertinente para encabezar la embajada en Estados Unidos. Si María Echaveste tenía una carrera diplomática casi anecdótica, la de Miguel Basáñez es, en la práctica, nula.

¿Qué tan inusual es la decisión del gobierno mexicano? Hagamos un ejercicio de contraste. Un vistazo rápido a las biografías de los embajadores en Washington de otros países para los que Estados Unidos resulta crucial ofrece algunas luces. Peter Wittig, embajador alemán, ha sido miembro del servicio exterior de su país desde hace 32 años. Ha ocupado otras dos embajadas además de representar a Alemania en el Consejo de Seguridad de la ONU hace un lustro. El embajador de Francia, Gerard Araud, tiene también más de tres décadas de experiencia. Trabajó en la OTAN, la ONU y otros complejos encargos diplomáticos, incluida la embajada francesa en Israel. Kenichiro Sasae, embajador japonés, se unió al servicio exterior en 1974 y, como diplomático, recorrió el mundo antes de llegar a Washington. El embajador británico Peter Westmacott ha dedicado la vida entera a la tarea diplomática. Lo mismo puede decirse del embajador ruso o de Luiz Figueiredo, el encargado de la embajada brasileña, de ilustre trayectoria en la diplomacia profesional.

¿Qué hace diferente a México? ¿Por qué el gobierno de Enrique Peña Nieto prefiere ignorar al servicio exterior mexicano, empezando por los profesionales que trabajan (y han trabajado) desde hace años en Estados Unidos? En este caso, el motivo importa menos que las consecuencias. México no tiene socio más importante que Estados Unidos. La relación atraviesa por un momento prometedor pero complejo, en el que se mezcla un intenso vínculo comercial con tensiones evidentes en asuntos como la seguridad y la migración. Los mexicanos que viven en Estados Unidos enfrentan problemas muy específicos que requieren de una operación diplomática diligente y plenamente preparada. Lo mismo ocurre con el clima político. Hace décadas (o quizá más) que el nativismo estadounidense no ocupaba un lugar tan preponderante en el debate del partido republicano y su base de votantes. Para encontrarle una salida a ese laberinto se necesita experiencia diplomática. Eso lo entiende el mundo entero. ¿Por qué México no? Es un misterio.

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