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Disculpen que hoy me ponga personal. No lo puedo evitar: para mí el tema de la muerte, el rechazo al homosexualismo (la homofobia) y la religión van de la mano, se muerden y alimentan. Así fue en mi familia.
La coyuntura noticiosa me da para hablar de ello hoy: está la masacre de Orlando, al parecer motivada por homofobia (no necesariamente religión); pero sí está el rechazo homófobo —lo siento, lo es— de la Iglesia católica del mundo, pero hablemos de la mexicana, al matrimonio entre personas del mismo sexo.
En días pasados no hemos observado, de parte de algunos sacerdotes u obispos, sus mejores momentos de misericordia y amor, digamos.
Me parece increíble escuchar hablar a un obispo, Luis Felipe Gallardo Martín del Campo, de lo que es “normal” y lo “anormal”. A otro, Jonás Guerrero Corona, burlándose de Enrique Peña Nieto por su iniciativa igualitaria. Dijo que quizá lo que él quería era un Gavioto. Ser gay no tiene nada de malo, pero en este contexto, más que chiste, se llama violencia verbal.
Me parece inaudito leer los editoriales de Desde la Fe (órgano de comunicación del Episcopado Mexicano) donde califican de “inmoral” cualquier familia que no sea la tradicional. La única que reconocen, pese a la realidad.
¿Cómo entender que, al mismo tiempo en la historia, tenemos a un Papa que dice: “¿Quién soy yo para criticarlos?” (y que medio abre la puerta a un cierto reconocimiento tibio) junto a un arzobispo primado que clama: “inmoral”?
Para acabarla, llega a mi correo un mail de un lector que cuestiona qué es la homofobia. Y en pleno siglo XXI, pregunta si tras las uniones entre personas del mismo sexo (adultos que se enamoran y deciden estar juntos), se buscará hacer legal la pederastia (que es un abuso e involucra a una o un menor de edad). Hágame favor.
Parece que no comprenden algo muy sencillo: aquí hablamos de dos personas que se quieren. Y que se quieren pese a todo (que ser gay en muchas partes del país aún no es sencillo, en gran parte por la cultura homofóbica).
A mí no me cabe duda que la homofobia mata. Está el caso de Orlando, en el club Pulse. En los primeros minutos del domingo, Omar Marteen entró ahí y con un arma mató a 49 personas e hirió a 53. Hasta donde nos quedamos en la historia, el detonante fue que le molestó ver a dos hombres besándose unos días antes.
En México, de acuerdo con el informe de la Comisión Ciudadana contra los Crímenes de Odio por Homofobia y Letra S de mayo de 2015, en nuestro país se registraron, entre 1995-2015, mil 310 asesinatos de odio. Es decir, un promedio de 65 al año.
Fue en 2012 cuando se alcanzó el mayor número registrado, con 111. Lo peor es que, según esta organización, por cada homicidio denunciado hay tres o cuatro que quedan en la obscuridad y sin justicia.
México es el segundo país con más crímenes de odio, sólo por debajo de Brasil. Del total de crímenes de odio contabilizados, mil 021 correspondieron en contra de hombres, 24 contra mujeres y 265 contra comunidad transgénero, travesti y transexual.
No me cabe duda que la homofobia mata. Literalmente mata.
Pero luego están otros casos, que también hace falta documentar. Personas que mueren no porque alguien les clave un arma blanca (la forma más común de asesinar a personas de la comunidad LGBT), sino porque se sienten constantemente rechazados por su orientación sexual.
Empecé esta columna citando a mi familia, una familia que fue –en pasado— y durante generaciones casi casi “militante” católica.
En nuestra familia sabemos de lo que hablamos porque tuve un tío, Luis Beauregard, que se suicidó a los 33 años y en Semana Santa. Era gay. Aunque el suicidio es siempre multifactorial, ¿se necesitan más señales de que el rechazo de una institución como la Iglesia —que debería dar solaz y amor— puede provocar si no hay aceptación y priva la homofobia y el rechazo?
Por tercera vez, la homofobia mata. Esa es, como bien dijo Alexandra Haas, presidenta de Conapred, es la única y verdadera patología (que se aprende, uno no nace con ella).
Hablemos de personas, de ciudadanos, de derechos y avancemos.
Pero no solamente en las sotanas hay intolerancia criminal. El domingo pasado el gobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval, dio a conocer el cese de Jesús Manzo Corona, funcionario de la Secretaría de Desarrollo Social (¡¡!!), quien en su cuenta de Facebook escribió luego al atentado en el bar de Orlando:
—Lástima que fueron 50 y no 100 (y luego tres emoticones llorando).
Ayer en el Congreso de la Unión inició el periodo extraordinario de sesiones, el cual finalizará el próximo viernes 17. El tema central será sacar adelante el Sistema Nacional Anticorrupción, que tenía que haber sido aprobado desde el pasado 28 de mayo.
Ayer las comisiones unidas de Anticorrupción y Participación Ciudadana, Justicia y de Estudios Legislativos sesionaron a fin analizar el proyecto de dictamen para de una vez por todas sacar adelante el SNA. Veremos si sale la iniciativa presidencial para el consumo de marihuana con fines médicos o deciden enviarla al próximo periodo ordinario que inicia en septiembre próximo.
En la Cámara de Diputados, con 414 votos a favor y 37 en contra se aprobó el desafuero de la diputada panista Lucero Sánchez López, quien se habría reunido con Joaquín “El Chapo” Guzmán con una identificación falsa.
Veremos si a los diputados les alcanza el tiempo para sacar adelante las leyes aún pendientes del Sistema de Justicia Penal.
Él lo dijo:
--Esta lucha electoral no debe significar una derrota política: Manlio Fabio Beltrones, líder nacional del PRI, al hacer un balance de las victorias y derrotas en las elecciones del pasado 5 de junio. Bueno, pues hagan algo.
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