Las recientes declaraciones de los Secretarios de Seguridad Nacional y Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, John Kelly y Rex Tillerson, por un lado, y de su Embajadora en México, Roberta Jacobson, por el otro, en torno al tema de las drogas y la relación bilateral, aportan poco al debate. Muestran, eso sí, los contrastes de lo que el problema representa para cada país. Cada uno enfrenta su propia guerra. Las prioridades son distintas. Si acaso, se comparten consecuencias pero no objetivos o estrategias, como debiera pasar. Ocurre que ambos pagamos saldos muy altos, lamentables, en los dos lados de la frontera: decenas de miles de muertos. Pero los motivos que subyacen no son los mismos.

El principal objetivo de la guerra contra las drogas en los Estados Unidos lo constituyen el abuso, la adicción y las sobredosis por medicamentos opioides, medicamentos que, al menos al principio, se obtienen por prescripción médica (se emiten 650 mil recetas de opioides al día) pero que también se consiguen en el mercado negro. Destacan, por su frecuencia, la metadona, la codeína y el fentanilo. Las cifras son devastadoras: 165 mil personas han muerto por sobredosis de estas substancias en los últimos 20 años. Tan sólo en 2015 se reportaron 29,500 fallecimientos, 10 veces más que todas las muertes de norteamericanos por atentados terroristas desde 1995 a la fecha, incluido el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. Entre suicidios y sobredosis accidentales (que ocurren con frecuencia entre los adictos), los opioides matan en promedio a 91 personas al día.

El fentanilo (50 veces más potente que la heroína y 100 veces más potente que la morfina) es el de mayor riesgo. Un kilogramo, que cuesta en China (principal productor) alrededor de 4 mil dólares, te puede redituar ganancias hasta por un millón y medio de dólares. Su índice de letalidad es muy alto: tan sólo 2 miligramos pueden resultar fatales. Los Estados Unidos representan el 5% de la población mundial y consumen el 80% de los opioides que se producen en el mundo. Tienen cerca de 2 millones de adictos a estas drogas. Les urge, ciertamente, reducir la demanda y brindar atención médica a estos enfermos.

Nosotros, en cambio, seguimos empeñados en mantener nuestra propia guerra, criminalizando todos y cada uno de los eslabones de la cadena, incluidos los consumidores de drogas mucho menos dañinas, como la marihuana. Nunca se ha reportado una muerte por sobredosis de marihuana. Su potencial adictivo es de los más bajos, menor incluso que el del alcohol o el tabaco. Por supuesto no es inocua. Yo, como médico, no recomiendo su uso con fines recreativos, pero me parece que quien lo hace no debe ser tratado como criminal. La posesión de más de 5 miligramos de marihuana, en México, es un delito. Hay varias decenas de miles de presos en nuestras cárceles por esta razón. Sigue siendo, por mucho, la droga ilegal de mayor consumo según el último reporte del Global Drug Survey (EL UNIVERSAL, 28/05/17). Al irse permitiendo su uso en los Estados Unidos (con restricciones, por supuesto) y en otros países (la Francia de Macron la descriminalizará en septiembre, anunció su Ministro del Interior), México se queda una vez más a la zaga. Seguiremos pagando un costo mayor por un mal menor.

La producción legal de marihuana en varios estados de la unión americana ha disminuido la demanda de la marihuana mexicana. En consecuencia, nuestros “productores” prefieren sembrar ahora amapola, de cuya resina (goma del opio) se extraen alcaloides para la elaboración de opioides. Nuestra política prohibicionista los indujo a cambiar de giro, a volverse más rentables. En el mercado de las drogas, es la demanda la palanca que determina la oferta, no al revés. Pero además de diversificarse, los narcomenudistas conservan su clientela original, pues no hay otra forma de conseguir marihuana. Es una clientela cautiva, a la que ciertamente pueden ofrecerle otras drogas: más potentes, más dañinas, más rentables.

Si entre 1999 y 2014 en Estados Unidos murieron 165 mil personas por sobredosis de opioides, entre 2006 y 2016 murieron en México 200 mil personas y desaparecieron otras 28 mil como resultado de nuestra guerra contra las drogas (The Guardian 08/12/16). Las cifras son contundentes: las estrategias de ambos países han sido fallidas. Ni ha bajado la demanda ni ha disminuido la oferta. Por el contrario, el problema social ha empeorado y el negocio ha crecido. En Estados Unidos hay más de 20 millones de personas con trastornos por el uso/abuso de substancias ilegales (casi el 10% de su población mayor de 12 años) y las ganancias anualizadas de los “productores” mexicanos por ventas en aquel país, se estiman entre 20 mil y 30 mil millones de dólares. No hay ninguna razón para pensar que las cosas van a mejorar mientras se mantengan las mismas políticas, y tampoco hay indicio alguno de que estas vayan a cambiar, al menos por el moment

El presidente Trump ha formado una Comisión para analizar la epidemia de opioides que se vive en su país. Los narcomenudistas de estas drogas son los propios fabricantes, los laboratorios que las anuncian de manera directa al público en la televisión y en las redes sociales. Los médicos también han tenido su dosis de responsabilidad. En ocasiones los recetan con enorme ligereza y pierden el control ante la insistente demanda de sus pacientes. Algunos casos como el del Dr. Conrad Murray (médico de Michael Jackson) han enfrentado graves cargos y alcanzado cierta notoriedad en los medios de comunicación.

Las asimetrías con México son, pues, también notables en este rubro. Acá el consumo de marihuana seguirá creciendo y, quienes la usan, seguirán expuestos a nuestros narcomenudistas que, aunque no se anuncian por la televisión, se pasean impunemente en antros, plazas, parques, y aún en instalaciones universitarias. Seguramente seguirá aumentando también (por esa misma vía) el consumo de cocaína. La morfina, en cambio, sigue siendo difícil de conseguir, aún en hospitales, donde debería de haber suficiente para los enfermos con dolor intenso que la requieren.

La militarización seguirá adelante, quizá con un mejor marco jurídico (qué bueno que así sea), pero eso no garantiza que tendremos mejores resultados. Seguramente continuarán los decomisos masivos de droga, las detenciones de algunos capos, los enfrentamientos entre grupos rivales y los abusos por parte de las fuerzas de seguridad que han sido mandadas... a la guerra. ¿Seguirán también los asesinatos a periodistas? ¿Seguirán las masacres a migrantes indefensos?

Una buena colaboración binacional entre México y los Estados Unidos en este tema, como en tantos otros, es ineludible, si queremos que las cosas en verdad mejoren. Reconocer que la demanda está allá y que la droga entra por acá, es una verdad de Perogrullo. Poco aporta. Mejor sería reconocer que lo hecho en la materia, acá y allá (el Plan Mérida incluido), ha funcionado muy marginalmente. Es mejor tener un buen control sanitario sobre el uso de las drogas que seguir enriqueciendo a criminales, a riesgo de perder la vida, sea por una sobredosis (allá), sea por una balacera (acá).

Hay que idear otras propuestas que recojan la experiencia internacional (Suiza vs su epidemia de heroína, por ejemplo), dejar atrás estas guerras tan absurdas, y poner el énfasis en la salud, en la ciencia y en la eficiencia de las políticas públicas. Todo esto es posible si se está dispuesto a tomar antes una determinación firme y audaz: decirle adiós al prohibicionismo que tantas calamidades nos ha traído.

Ex Secretario de Salud

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