Se dice, no sin razón, que a veces somos víctimas de nuestros propios éxitos. El incremento en la esperanza de vida al nacer —gran éxito de la medicina— puede ser un buen ejemplo. Sobre todo cuando la vida se prolonga artificialmente, innecesariamente. Como si vivir (o sobre vivir) más tiempo fuera realmente lo prioritario. Creo que es más importante preguntarnos en qué condiciones la vida merece ser vivida, que cuánto tiempo. La realidad es que esa pregunta, con frecuencia, la evadimos, médicos y pacientes por igual.

Por eso fue importante la reunión sostenida recientemente en la Facultad de Medicina de la UNAM, durante el banderazo de salida de la nueva generación de médicos familiares. Para muchos de nosotros, ellos serán nuestros guardianes en la etapa final de nuestras vidas, pero me temo que son pocos los que realmente están preparados para tan delicada tarea. Hasta hace poco tiempo, en las escuelas de medicina, una de las consignas a los estudiantes era prolongar la vida a toda costa. La muerte era el enemigo. Esto resulta bastante absurdo si consideramos que la muerte forma parte de la vida. Lo que hay que prevenir a toda costa son las muertes prematuras.

En México la esperanza de vida alcanza ya, en promedio, más de 77 años. Las mujeres viven un poco más que los hombres. Mueren 655 mil personas al año, 1795 personas al día, en promedio. La pregunta es en qué condiciones mueren. Hablar de calidad de vida debe incluir hasta el último minuto. No le veo mucho sentido a obsesionarnos con la longevidad como tal, como no se lo veo tampoco a “medicalizar” demasiado la vida (que no es lo mismo que cuidar la salud), y menos aún, medicalizar la muerte. Todo esto ocurre, con más frecuencia de lo que imaginamos, en las unidades de cuidados intensivos de los hospitales. El poder que la medicina científica tiene hoy sobre la vida y la muerte de las personas (con todo el apoyo de la tecnología), es mayor que nunca antes en la historia. Por ello conviene preguntarnos cómo quisiéramos que los médicos nos trataran en esa etapa final. Seguramente estaremos en sus manos, si es que no morimos de una causa repentina, un infarto fulminante, digamos, por no hablar de las muertes violentas, que repuntan día con día en nuestro país.

La posibilidad de morir de una enfermedad terminal, entre las que se cuentan ciertos tipos de cáncer o complicaciones derivadas de un problema metabólico (la diabetes, por ejemplo), aumenta con el paso de los años. La mejor medicina posible en muchos de esos casos es la medicina paliativa. Ahí es donde surge la necesidad de tener acceso a opiáceos potentes como la morfina, o a derivados de la cannabis, o a otros fármacos que permitan ofrecer a los enfermos esquemas de control de síntomas que mitiguen el dolor y alivien el sufrimiento. Los cuidados paliativos, la sedación incluida, no pretenden acortar la vida, sino mejorar su calidad al final de la misma. Nada tienen que ver con la eutanasia.

Si el enfermo tiene derecho a elegir, el médico tiene la obligación de preguntar. ¿Qué hacemos si usted se enfrenta a un paro cardiaco? Si deja de respirar, ¿desea que lo intubemos y lo conectemos a un pulmón artificial? Si no va a poder comer, ¿quiere que le pongamos una sonda en el estómago para alimentarlo? Si no puede respirar por sí solo, comer por sí solo, si no puede hablar, ni moverse, ¿quiere seguir vivo? ¿Está de acuerdo con que le demos tratamientos para el soporte vital? Porque al paciente puede mantenérsele vivo (a toda costa, incluido un alto costo económico, desde luego) durante un buen tiempo. Estas son sólo algunas de las preguntas y de los planteamientos que ya no pueden eludirse, sobre todo en condiciones en las que podemos anticipar que hay riesgos considerables de que esto ocurra.

Hoy sabemos, por ejemplo, que en el último tramo de la vida, se puede tener mejor calidad quedándose en casa, en compañía de los seres cercanos y con los cuidados necesarios para paliar las principales molestias, que la que se puede tener en un hospital, aun recibiendo la mejor atención posible. Claro, no siempre se puede, pero es una opción que no hay que descartar de antemano. También sabemos que, contrario a lo que muchas veces se cree, morir de “muerte natural” en edades muy avanzadas, puede ser un verdadero suplicio sobre todo durante el último año.

La mejor forma de contender con todo ello es eligiendo a tiempo, con plena libertad, cuando estamos en pleno uso de nuestras facultades, qué queremos y qué no queremos que se haga con nosotros mientras tengamos vida, en caso de estar en una situación como las aquí comentadas. Se llama VOLUNTAD ANTICIPADA. Hay que hacerla frente a un Notario Público (debería ser una prestación gratuita del Seguro Popular) y comentarlo con familiares y amigos cercanos, con tu médico, con quienes tengas la confianza de hacerlo para que, llegado el momento, sepan que tu elegiste, que así lo decidiste. Estás en tu derecho. Que tu voluntad se respete.

A mí me parece un despropósito que más del 30% de los enfermos con cáncer terminal sigan recibiendo quimioterapia 10 días antes de morir, con todos los efectos colaterales que esto conlleva. Me parece inconcebible que cerca de la mitad de las personas que mueren por enfermedad coronaria mueran con dolor. Pienso que hemos fallado al no educar a los médicos para lidiar con estos asuntos, que son propios de la vida, y que no saben qué hacer ni cómo lidiar con la muerte.

Me alienta que Diputados Constituyentes de todos los partidos políticos hayan aprobado que el derecho a una vida digna incluya el derecho a una muerte digna, como lo establece el texto de la Constitución de la Ciudad de México. Me parece absurdo que la Procuraduría General de la República haya impugnado, entre otros, justamente ese apartado: el correspondiente al derecho a la autodeterminación personal. Celebro que un tema como este, que nos afecta a todos, se debata públicamente. Más allá de lo que decida la Corte Suprema, la autodeterminación, que es una cabal expresión de nuestra libertad de conciencia, es un derecho inalienable.

Ex Secretario de Salud.

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