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Ayer fue Día de Muertos. Fecha emblemática en el calendario mexicano. Fiesta popular y evocación —silenciosa o ruidosa, religiosa o profana— de quienes ya no están y de quienes algo significaron en nuestras vidas. El culto a la muerte ha estado con nosotros desde siempre y vaya que lo hemos promovido. En 2003 la UNESCO reconoce este día como …“patrimonio oral e intangible, por ser una de las expresiones culturales más antiguas y porque contribuye a afirmar la identidad… por lo que su dimensión cultural y estética deben preservarse”.
A mí me parece muy bien. Aunque poco tenga ya que ver con el Mictlán (la región de los muertos de los antiguos mexicas), es una fiesta que debe preservarse, en tanto que es expresión popular de una cultura viva, porque la celebramos los que seguimos vivos. O cómo podrían explicarse, si no, los cerca de 4 mil millones de pesos que, según cifras de la Canaco, dejaron este año las celebraciones, tan sólo en la CDMX. Cerca de 16 mil millones de pesos en todo el país. De ese tamaño es ya la dimensión mercantil del Día de Muertos. Se ha vuelto un gran negocio. Ojalá parte de esa derrama económica llegue a los artesanos de las distintas regiones, que son los que verdaderamente han mantenido viva la tradición. En todo caso, la parca, la pelona, la calaca, la catrina, la dientona, la tilica, la polveada, la llorona, la tostada y la tiznada, todas ellas y otras más, encontraron de nuevo su espacio habitual en tiendas, plazas, panteones, altares, mercados y desfiles. Se trató pues, de una fiesta y, como tal, había que disfrutarla.
Lo que inquieta no es la fiesta, ni “el puente”, sino que, en nuestro país, todos los días podrían ser Día de Muertos, a decir de las noticias. ¿Dónde están los que se han quedado injustamente sin espacio en esta tierra mexicana? ¿Dónde están los miles de muertos, los desaparecidos de los que nadie sabe? Lo verdaderamente preocupante son los espacios territoriales de cuya existencia nos acordamos sólo por sus muertos: Ayotzinapa, Tetelcingo, Tatlaya, Tanahuato y tantos otros. Lo que angustia es la cruda presencia de la muerte en nuestra vida cotidiana. Representa una realidad ineludible del México actual.
Algunas cifras son elocuentes. Por ejemplo, la tasa de homicidios en México (y dicen que ha bajado) es de 17 por 100 mil habitantes, comparada con 3.9 en Estados Unidos y 1.7 en Canadá, nuestros principales socios comerciales. Pero en algunas ciudades de Guanajuato parece que, en efecto, como dice la canción, la vida no vale nada, pues ha llegado a 40 por 100 mil habitantes, según nos informa Alejandro Hope (EL UNIVERSAL, 31/10/16). Diversos observatorios ciudadanos cuantifican, en lo que va del año, un aumento aproximado de 20% en muertes violentas en relación al año pasado. Aunque no todas las muertes violentas se relacionan al crimen organizado, la mayoría sí lo están. Forman parte de la absurda guerra contra las drogas que nos hemos empeñado en mantener.
Hay incluso un culto que vincula también al crimen organizado con manifestaciones populares, del cual se habla menos, pero es real. Se trata del culto a la Santa Muerte que también se festejó ayer. Un esqueleto de mujer vestido de blanco, que lleva en la mano una balanza en la que sopesa la equidad y la justicia, porque ¨la muerte es justa y pareja para todos”. Este culto cuenta ya con un número considerable de centros de veneración y está cada vez más presente en el comercio popular. Tiene cerca de dos millones de seguidores, mismos que se han convertido en una suerte de “devotos alternativos” a las buenas costumbres. La Santa Muerte se asocia a la marginación y a la delincuencia. Se dice que muchos narcos rinden cotidiano tributo a la santísima muerte. En todo caso, nadie mejor que ellos sabe que la vida y la muerte caminan muy de cerca. Van de la mano.
Con tanta muerte violenta que nos agobia, cabe preguntarse: ¿Hasta qué grado hemos desarrollado una nueva cultura de la muerte, diferente a la del tradicional Día de Muertos? ¿De verdad los mexicanos tenemos una suerte de desdén por la muerte? ¿La negamos o la sublimamos? ¿Cuál es el significado psicosocial del éxito de los narcocorridos, de las narcoseries de televisión, de los narcorreportajes impregnados de muerte y de muertos? Lo que no se puede negar, es que la muerte es el fenómeno más importante de nuestra existencia y, en México, no le escatimamos méritos, independientemente de sus causas.
Si sumamos las muertes violentas y las muertes evitables causadas por algunas enfermedades, señaladamente la obesidad y la diabetes, nos encontramos frente a una dura realidad: cerca de la mitad de todas las muertes que ocurren en México son prematuras, es decir, ocurren antes de lo que debían ocurrir. En consecuencia, la esperanza de vida de los hombres en México, lejos de aumentar, ha disminuido. Parece increíble, pero así es.
Las religiones se afanan en salvarnos de la muerte, quizá por eso sean tan socorridas. Pero la verdad es que la muerte siempre sale airosa, pues jamás falta a su cita y, por si fuera poco, nunca nos encuentra suficientemente preparados. El arte de morir siempre será una asignatura pendiente.
Yo creo que la muerte es esencial para la vida pues sin ella, no habría renovación posible de nuestra especie. Morir, como ha dicho Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes de nuestros tiempos: “ es hacer sitio a los que vendrán después… es nuestro último ejercicio de amor, de responsabilidad y de humildad”. Coincido.
Yo, como dijo Woody Allen, no le tengo miedo a la muerte, sólo que “no me gustaría estar ahí cuando esto ocurra”. Por eso pienso que lo que realmente hay que celebrar —ayer, hoy y mañana— es la vida. Hay que cuidarla y protegerla, hasta donde sea posible.
POSDATA. Y mientras en México celebramos bulliciosamente el Día de Muertos, la Iglesia católica prohíbe tener las cenizas de los fieles difuntos en la casa, o bien esparcirlas en la naturaleza. Simultáneamente, el Estado mexicano declara inconstitucional reservar la información sobre las fosas clandestinas. Cada quien con su tema. En principio, creo que todos tendríamos derecho a decidir sobre el paradero final de nuestros restos corporales.
Ex Secretario de Salud