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La Constitución Política de la Ciudad de México acierta, en mi opinión, al establecer con claridad, en el artículo 9, que “a toda persona se le permitirá el uso médico y terapéutico de la cannabis sativa, indica, americana o marihuana y sus derivados, de conformidad con la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y la legislación aplicable”. Su prohibición era absurda. Aparte de ser un derecho, y como tal se consigna (dentro del derecho a la salud), la evidencia científica de sus potenciales propiedades terapéuticas sigue avanzando. Así lo señala un estudio recientemente publicado por las Academias de Ciencias y Medicina de los Estados Unidos, al revisar exhaustivamente los efectos de la marihuana y sus derivados sobre la salud humana.
Para darnos una idea del interés que el tema suscita, basta señalar que de 1999 al año pasado se han publicado más de 10 mil trabajos, en relación tanto con los daños como con los beneficios de la cannabis y otros compuestos químicamente activos conocidos como cannabinoides. En 2015, bajo los auspicios de la Academia Nacional de Medicina de México, la UNAM y el Conacyt, en un volumen publicado por el Fondo de Cultura Económica, hicimos un balance del conocimiento que se tenía sobre el tema, y que contribuyó a ubicarlo en su justa perspectiva. Con información veraz, la calidad del debate mejoró. Pero como suele ocurrir, la ciencia genera nuevos conocimientos. El nuevo estudio norteamericano nos permite tener información fresca, conocimientos más sólidos. Algunas verdades subsisten, otras en cambio, se renuevan.
En la actualidad la marihuana es la droga ilegal que más se consume en el mundo. Tan solo en el último mes, más de 22 millones de personas la usaron en los Estados Unidos, en donde la tendencia a legalizarla, sea para uso médico o recreativo, se antoja ya irreversible. La Asamblea Constituyente de la CDMX estuvo cerca de aprobarla también con fines lúdicos. Seguramente así ocurrirá en el futuro. No se trata de trivializar el asunto, sino de darle un marco jurídico más adecuado. La prohibición como tal no ha mostrado beneficios. Hay que buscar mejores esquemas y eso fue lo que hicieron los Constituyentes de la Ciudad de México en este y otros asuntos controvertidos. Tomaron al toro por los cuernos y eso hay que reconocérselos. Ganó la política. Enhorabuena.
Si bien es cierto que la mayoría de las personas que consumen marihuana lo hace con fines recreativos, también lo es que sus indicaciones terapéuticas se han ido afianzando.
En pacientes con dolor crónico, la mejoría sintomática es evidente. Ahí hay una indicación que no es menor, si consideramos que cerca del 20% de la población lo padece o lo ha padecido. También mejoran significativamente los espasmos musculares que presentan los enfermos con esclerosis múltiple, y hay evidencia suficiente que muestra el efecto benéfico sobre la náusea y el vómito causados por la quimioterapia en pacientes con cáncer. Con eso bastaría para justificar la disponibilidad en el mercado de los medicamentos derivados de la cannabis. Pero hay otras condiciones clínicas en las que estos medicamentos pueden también ser de utilidad. Algunos cannabinoides tienen un efecto antinflamatorio, por citar un ejemplo que constituye toda una línea de investigación sobre el sistema inmune. Aún para poder avanzar en estas y otras investigaciones es necesario modificar el marco legal. Lo alcanzado es un buen principio, pero hay que seguir avanzando.
Por otro lado, también está claro que la marihuana produce efectos nocivos en la salud. Negarlo sería igualmente absurdo. De hecho, el estudio mencionado documenta con objetividad que aumenta el riesgo de los accidentes de tránsito si los conductores han consumido marihuana y que, por supuesto, esta no debe dejarse nunca al alcance de los niños, pues se han registrado casos por intoxicación accidental. Pero no se le conocen dosis letales. Es decir, no hay evidencia de muerte como resultado directo de una sobredosis. Fumar marihuana tampoco aumenta el riesgo de desarrollar los tipos de cáncer que más frecuentemente se presentan en los fumadores de tabaco, señaladamente el cáncer de pulmón. Lo que sí ocurre es que los fumadores crónicos de marihuana tienen con frecuencia episodios de bronquitis.
Como se ha dicho con antelación en este mismo espacio, el estudio ratifica que fumar marihuana representa un riesgo para la salud mental, sobre todo cuando se inicia en etapas tempranas de la vida o bien si se consume cotidianamente. Pero no es el caso de los usuarios ocasionales. En personas con antecedentes de trastornos mentales previos, se pueden agravar los síntomas. Puede haber crisis de ansiedad e incluso cuadros psicóticos. Aquellos usuarios que desarrollan dependencia a la marihuana tienden a abusar también del alcohol y del tabaco. Los efectos nocivos de la marihuana sobre algunas funciones cognitivas, tales como la memoria y la atención, se acentúan si se inicia su uso en la adolescencia, cuando aún está en curso el proceso de maduración neuronal. La marihuana no es inocua, pues. Pero es mejor investigarla, regularla, y difundir sus bondades y riesgos, que simplemente prohibirla y creer que por ello desaparecerá de nuestra sociedad. Nada más falso.
Corresponde ahora a la Secretaría de Salud, a la Cofepris, hacer los ajustes jurídicos necesarios para que los medicamentos derivados de substancias cannabinoides puedan prescribirse y adquirirse en nuestro país. Ojalá lo hagan pronto, para dejar cerrado este capítulo y retomar otros aspectos de la iniciativa del Presidente de la República que incluía incrementar el gramaje permitido para uso personal. El actual es ridículo (5 gramos). El tema no está agotado. Habrá más investigación, vendrán nuevos conocimientos, no hay duda. Tendremos que estar actualizándonos. Por lo pronto, el nuevo estudio marca “el estado del arte”.
P.D. Trump y la salud pública. La semana pasada, en una reunión en la Casa Blanca, el Presidente Trump tocó uno de sus temas favoritos de salud, que refleja un gran desconocimiento y que empieza a generar ya cierta inquietud en círculos médicos. Me refiero a la idea de que la vacunación infantil está asociada al desarrollo del autismo. No hay absolutamente ninguna evidencia científica de que así sea, pero si el tema le resulta políticamente rentable, lo va a usar. Vamos a ver.
Ex Secretario de Salud