Un símbolo elocuente. ¿Cómo prevenir que una frase cortante del presidente Trump, ante el micrófono o en un tuit, con una descalificación, una amenaza o simples mentiras habilitadas de ‘hechos alternativos’, se impongan en medios y redes a datos duros y hechos comprobados sobre migrantes o TLC? Éste es un acertijo a resolver por el presidente Peña Nieto en su visita de la semana próxima a la Casa Blanca.

En lo interno, el Presidente mexicano dio el lunes un paso bien acogido por una audiencia plural, en la vía de la cohesión del país en torno a los objetivos que lo guiarán en Washington. En el exterior, fue un logro del gobierno mexicano y —si viviéramos tiempos normales— sería una buena señal del gobierno estadounidense el anuncio del encuentro de presidentes. Y es que a pesar de la retórica antimexicana de la campaña del nuevo mandatario, con esta cita prevaleció un símbolo elocuente de la relevancia de México en la agenda gubernamental y social del poderoso vecino.

Este símbolo nació tras la toma de posesión del presidente Clinton, quien incluyó al entonces presidente mexicano Carlos Salinas en el selecto grupo de los primeros tres gobernantes a contactar en una llamada telefónica o en un encuentro personal, como ocurrirá este martes con el presidente Peña. Clinton llegó a la Oficina Oval precedido de un discurso electoral proteccionista moderado —en comparación con el actual— que, sin embargo, hacía temer el descarrilamiento del ya rubricado Tratado de Libre Comercio. Fue entonces que envió aquella señal temprana de acercamiento con el presidente mexicano —una de sus primeras tres llamadas telefónicas— y más tarde salvó cara con sus electores con un par de acuerdos adicionales al Tratado, antes de encabezar el cabildeo para su ratificación en el Congreso.

El poder de las palabras. Pero nada de aquello se aproxima a los grados de dificultad previsibles en el primer encuentro oficial que iniciará el martes el presidente Peña, con una contraparte imprevisible. Los especialistas del lado mexicano en comercio, migración y seguridad ya habrán trazado estrategias de negociación en estos campos minados por el discurso trumpiano, y, seguro, irán bien preparados. Pero será la comunicación la que planteará los retos más apremiantes.

Todavía hay quienes prefieren amortiguar el violento lenguaje de Trump con la especie de que, menos que reparar en lo que dice, hay que esperar a lo que haga. Pero el poder de las palabras se hace evidente en sus efectos en México, para no ir más lejos, en la depreciación del peso, la virtual parálisis de la inversión y la suspensión de los planes de expansión de transnacionales en nuestro país.

En guardia. El fenómeno comunicativo de Trump mantiene en guardia a sus interlocutores internos y externos, así como a los medios de su país y del mundo. Las empresas informativas estadounidenses ya diseñan estrategias de cobertura capaces de desmontar a cada paso la desinformación proveniente del discurso y de las oficinas presidenciales en esta llamada ‘era de la post verdad’.

En el pasado, los operadores de la prensa presidencial estadounidense ganaron fama por su capacidad para reventar en su favor las ‘cumbres’ con líderes mundiales en conflicto con Washington. Fueron frecuentes las maniobras para sacar de balance a los interlocutores de la Casa Blanca, con filtraciones, provocaciones o columnazos como el de Jack Anderson a la llegada del presidente De la Madrid a visitar al presidente Reagan, cuando éste se empeñaba en socavar la posición independiente de México en Centroamérica.

Y hoy queda cada vez más claro que el lenguaje público amenazante del nuevo presidente de Estados Unidos, con sus tácticas de contra información, suelen encaminarse a acorralar y a minar a sus contrapartes para que lleguen debilitados, sea a la confrontación o a la mesa de negociación, un juego rudo de las zonas más oscuras del mundo de los negocios, llevado más tarde a la política electoral y hoy a la política internacional.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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