El espejo estadounidense. Si en las elecciones de 2008 y 2012 Obama logró incorporar al mercado electoral al segmento más joven (y más indiferente o refractario a las urnas), con nuevos mensajes y nuevos lenguajes; con una oferta de cambio reforzada con la apuesta de romper el tabú racial contra la elección de un presidente negro, y con el uso intensivo y eficaz de internet, este 2016 la reivindicación del periodismo tradicional y su vuelta al origen, a su misión de vigilancia de los poderosos (watchdog), parece estar alejando la mayor amenaza, desde el macartismo, a la democracia y la convivencia civilizada, dentro y fuera de Estados Unidos.
Como lo describió el domingo desde Pensilvania el corresponsal de El País, Marc Bassets, no han sido los blogs, ni las redes sociales, ni los medios puramente online, sino varios periódicos centenarios y una cadena de tele arrepentida, los que se han dado a la tarea de verificar la veracidad de cada dicho de los candidatos. Y eso ha sido suficiente para sustentar las percepciones y los juicios de los votantes sobre lo que está en juego en las urnas del mes próximo.
Y si, por otra parte, la formación del poder político en México se ha desarrollado históricamente frente al espejo estadounidense, desde la adopción del régimen presidencial y el sistema federal —pronto hará dos siglos— hasta la gran carga aspiracional con que el mexicano medio ha seguido los procesos electorales del norte, especialmente a partir de la irrupción de la tele, el espejo de la elección estadounidense de 2016 frente a la elección mexicana de 2018, podría colocar a nuestra prensa en vías de dar nuevos pasos hacia la maduración de su papel en el desarrollo de la democracia.
Cambio de filtros. Los corrompidos filtros del rating como criterio rector de la empresa informativa; de la acreditación de una ‘fuente’ como coartada para difundir los dichos más fantasiosos o aberrantes —a condición de que vendan o sirvan, en el caso de México, al esquema clientelar del medio—, y del blindaje hipocritón de la búsqueda de ‘los dos lados’ de una controversia (frecuentemente prefabricada), le dieron a Trump, por más de un año, una cantidad impresionante de exposición gratuita y lo construyeron como una ominosa opción real para capturar la presidencia de Estados Unidos.
Frente a ello, los viejos periódicos relanzaron un cambio de filtros en el mecanismo del poder selectivo de los medios a la hora de dejar pasar los mensajes de campaña. El nuevo filtro fue el de la verificación de datos a que fue sometida toda declaración de los candidatos, un elemento que además pasó a enmarcar los mensajes de los contendientes, con importantes efectos de esclarecimiento en las discusiones públicas y con la consecuente caída de la intención de voto por el candidato más embustero.
El fin de la inocencia. De hecho, la confrontación de dichos y datos duros pasó a ser una de las secciones más leídas en los sitios electrónicos de los diarios a lo largo de los debates televisivos entre Clinton y Trump. Finalmente, el mes pasado el Times colocó en primera plana la palabra ‘mentira’ sobre los dichos de Trump de una supuesta acta de nacimiento que le negaría la nacionalidad a Obama. E incluso CNN, que se había engolosinado con el raiting que le daba la cobertura acrítica de las diatribas del magnate, hoy suele sobreponer frases en su pantalla para corregir explícitamente las mentiras del republicano.
Ante el nuevo espejo estadounidense, no sería descartable una demanda social de filtros de verificación de los dichos de los aspirantes a gobernarnos en 2018. Esto podría contribuir a erradicar la adicción de nuestros medios a erigir en noticias las más insostenibles declaraciones de los contendientes, sin el menor esfuerzo de comprobación. Ante el fin de la inocencia de los electores, no basta el recurso de registrar ‘los dos lados’ de una historia: esa “falsa equivalencia”, concluye el corresponsal de El País, que da el mismo valor a la verdad que a la mentira.
Director general del Fondo de Cultura Económica