Donald Trump terminará mal… muy mal. El pronóstico, impregnado de deseo, tiene bases. El acaudalado presidente convierte alardes de fortaleza en debilidad. Su incontinencia verbal, la fe ciega en sí mismo y la patológica convicción de infalibilidad, lo llevarán al abismo. El Bully, no se mide.

Desde ahora se confronta con la CIA y la OTAN; patea a México; escupe a Alemania; busca a Rusia; reta a China; enseña los dientes a Japón; abraza al Brexit.

Parece que al señor Trump no le ha caído el veinte; gobernar es distinto a dirigir un negocio. Sabe de negocios, ignora de política.

El autócrata, con evidente trastorno de personalidad —como decíamos ayer— está acostumbrado a imponer su palabra, mandar y despedir a quien se atreva a cuestionarlo. La democracia es distinta; el espíritu enfermo del tirano patético deberá adaptarse al juego de pesos y contrapesos de la política interna e internacional.

Será en casa donde encuentre las mayores resistencias.

En el Congreso y al interior del gobierno, el malestar de los servicios de inteligencia se ha hecho patente con declaraciones y filtraciones que muestran conductas escandalosas de quien a partir de mañana será inquilino de la Casa Blanca. Lidiar con el fuego amigo y mantener frentes abiertos a diestra y siniestra provocará un desgaste acelerado, y seguramente abrirá un gran boquete en la línea de flotación del buque presidencial.

Desde luego, Trump podría evitar cualquier desgaste dejando la confrontación y privilegiando la negociación, lo cual suena imposible.

Será cuestión de tiempo. Por más gruesa que sea la piel del magnate, los golpes comenzarán a mermar su capacidad de ejecución; las posibilidades de gobernar cotizarán a la baja; quedará acotado y su legitimidad —escasa— terminará en la basura.

La mala noticia es que, mientras eso pase, debemos aguantar vara. El cuadragésimo quinto presidente de la Unión Americana se llevará a muchos entre las patas, incluso la posibilidad de éxito, pero antes arrastrará a sus rivales más débiles, sobre todo a México, el vecino distante; enemigo amenazante.

Hagámonos a la idea de entrar con Trump a la dimensión desconocida… en un viernes muy negro.

EL MONJE SACUDIDO: La tragedia de Monterrey golpea, conmueve, irrita… y deprime. Muestra decadencia. Es locura abominable de maldad indeseable. También es llave para abrir varias preguntas: ¿Qué lleva a un adolescente de tercero de secundaria a atacar a su maestra y compañeros dentro del salón de clase, y luego matarse? ¿Qué había en su cabeza, y en su entorno? ¿Dónde estaban sus padres y maestros? ¿Por qué nadie percibió alguna señal de alarma? ¿Cómo alguien de 15 años puede conseguir un arma sin que nadie se percate? Más allá del hecho trágico y patético están las reacciones de las redes sociales; el video filtrado se hizo viral en instantes, provocando consternación y desatando la estupidez sublime de quienes llegaron a burlarse de la desgracia. La autoridad tiembla; intenta la censura imposible; demasiado tarde ruega no difundir las imágenes por respeto a las víctimas y evitar la apología del delito. El gobernador Bronco jura castigo contra el responsable de haber subido el video a la red, teme que surjan imitadores; de nada sirve, la realidad rebasa la frontera que divide la información del morbo. Las redes, otra vez, muestran dos caras, una, como vehículos para informar y otra, como pista de circo para exhibir miseria humana, la del asesino y la de aquellos imbéciles que se “divierten” con el drama ajeno. ¿La imagen es de incalculable valor aunque promueva odio y rencor?

@JoseCardenas1

josecardenas@mac.com

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