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La brusca remoción del embajador de México en Estados Unidos, Miguel Basáñez, nombrado hace apenas siete meses, no sólo convierte a Basáñez en el embajador de México en Estados Unidos que menos tiempo ha permanecido en el cargo: también refleja el clima de preocupación extrema en el que el efecto Trump ha sumergido al gobierno mexicano.
Basáñez fue nombrado en agosto pasado y presentó sus cartas credenciales un mes después, en medio de severas críticas por su nula experiencia en el servicio diplomático. Había sido procurador de justicia del Estado de México y secretario particular de Alfredo del Mazo; era cercano al grupo Atlacomulco, y sobre todo había cultivado una amistad de varias décadas con el hoy presidente, Enrique Peña Nieto.
A su favor, Basáñez tenía, en cambio, una trayectoria académica deslumbrante. Pionero de los estudios de Opinión Pública en México, con maestrías y doctorados en Administración Pública y Sociología Política por las Universidades de Warwick y de Londres; director asociado en la Escuela Fletcher, de la Universidad Tufts, una de las mejores en estudios internacionales, se le consideró un profundo conocedor del país donde iba a desempeñar su misión diplomática.
Cuando Basáñez llegó a Estados Unidos, Donald Trump acababa de despegar su campaña a la candidatura republicana con una andanada de insultos a México (“están enviando gente que tiene muchos problemas, nos están enviando sus problemas, traen drogas, son violadores… México no es nuestro amigo”) y con la promesa de construir un muro fronterizo pagado por nuestro país (“he dicho que van a pagar y ellos pagarán”). Nadie pensaba, sin embargo, que su candidatura se fuera a consolidar.
Pero la caída de Trump no ocurrió. Por el contrario, el coctel de “éxito, dinero y retórica agresiva” que el magnate dio a beber a su país, tocó resortes ocultos que hicieron de sus mítines impresionantes actos multitudinarios. Ni siquiera se había instalado el nuevo embajador, y Trump aparecía ya como favorito en las primarias republicanas.
Los focos rojos se encendieron en México a principios de este año. Trump había despertado demonios dormidos hacía mucho tiempo, estereotipos sobre el mexicano, una visión de Estados Unidos sobre México que llevaba varias décadas escondida, dormida, disimulada. Y Basáñez seguía siendo el amigo del Presidente, con una trayectoria académica deslumbrante y una nula experiencia en el servicio diplomático.
En febrero, Trump remontó en New Hampshire, ganó en Carolina y arrasó en Nevada; para marzo había ganado en siete de once estados, pero el problema para el gobierno de México no era ya Donald Trump. Era el efecto Trump.
El discurso de hostilidad que se expresaba en amplios sectores contra los mexicanos.
¿Cómo se llegó en Los Pinos al convencimiento de que el escenario hacia el que Basáñez fue enviado había cambiado sustancialmente al punto de que no bastaba un cambio de estrategia sino un nuevo perfil de embajador?
Fuentes de la Cancillería afirman que Basáñez no logró establecer un diálogo sólido ni una línea de acción frente a la nueva realidad.
Por eso vino “el ajuste”. Se buscó a alguien con experiencia en protección consular, y que tuviera, además, buenas redes de contactos, una amplia vinculación con sectores clave.
Carlos Sada ha sido cónsul general de México en Los Ángeles, Nueva York, Chicago y San Antonio; ha estado en el consulado de México en Toronto, y ha pasado cuatro años como ministro de Asuntos del Congreso en Washington. Llevaba largo tiempo en plazas en las que habitan grandes comunidades de origen mexicano.
Desde ayer es el embajador propuesto para ocupar la representación ante Washington. En un país que, gane o pierda Donald Trump, amenaza convertirse en una pesadilla para todo lo mexicano.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com