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A principios de marzo, el reportero de EL UNIVERSAL David Fuentes halló en su buzón un correo electrónico que le enviaba una estudiante universitaria.
La joven denunciaba que al estar tomando fotos con su novio en la parte trasera de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, en la zona conocida como El Frontón, un grupo de vendedores de droga les había exigido el teléfono celular. El novio se negó y fue brutalmente agredido por los narcomenudistas.
Fuentes recibió un segundo correo semanas más tarde. Un profesor de Filosofía y Letras le informó que el olor a marihuana en los pasillos de la Facultad resultaba insoportable, y que esa marihuana era comprada por los alumnos “en El Frontón y en la zona conocida como Los Bigotes”, en la entrada del Metro CU.
El reportero visitó la UNAM, se acercó al Frontón, hizo algunas preguntas entre los alumnos y tomó fotografías —asegura que sin exhibirse mucho— desde su propio teléfono: en ellas aparecen varios jóvenes con motos, mochilas y gorras.
No le llevó mucho constatar el giro al que se dedicaban. Los alumnos se acercaban al Frontón, alguno de los narcomenudistas caminaba hacia ellos para preguntarles qué necesitaban, y luego regresaba a su mochila en busca del producto requerido.
La mayor parte de las veces los clientes se quedaban a fumar allí mismo.
Fuentes cree que alguno de los estudiantes con los que conversó aquel día avisó que un periodista andaba rondando por la zona.
El pasado 10 de mayo el reportero volvió a CU. Días atrás, junto a una cabina telefónica de la Facultad de Ingeniería, había aparecido el cadáver de la alumna Lesvy Berlín Osorio, a quien estrangularon con un cable de teléfono. Fuentes había quedado de verse aquel día en la UNAM con la madre de Lesvy.
Como no era día hábil, tuvo que identificarse a la entrada del campus con el personal de vigilancia. Mostró la credencial que lo acredita como reportero de EL UNIVERSAL. Anotaron sus datos en una libreta. No ocurrió nada más. O eso creyó él.
Porque aquella mañana la gente del Frontón le tomó fotos y obtuvo su nombre.
Unos días más tarde le llamaron por teléfono para decirle que si publicaba algo o volvían a verlo por la zona la instrucción era “darle piso”.
El mensaje, según investigaciones de la PGR, vino de una célula del llamado Cártel de Tláhuac. Este grupo delictivo, amparado por autoridades delegacionales, y a través de una red de taxistas y mototaxistas, controla el narcomenudeo en la demarcación (así como en Xochimilco y Milpa Alta).
El líder es Felipe de Jesús Pérez Luna, El Ojos. Autoridades federales lo ubican como un delincuente de altísima peligrosidad.
Pérez Luna tiene a la delegación hundida en el terror. Fuentes del gobierno aseguran que en Tláhuac se siente tan seguro, que ni siquiera se oculta.
En enero pasado, según se publicó en varios medios, sicarios de su grupo delictivo intentaron liberar, a tiros, a un grupo de detenidos que policías de investigación conducían por calles de Tláhuac —delegación que gobierna el morenista Rigoberto Salgado Vázquez.
Hace exactamente ocho años, en junio de 2009, en el estacionamiento de Filosofía y Letras, le dispararon en catorce ocasiones a Ricardo Eduardo Valderrama. Herido, Valderrama intentó huir. Sus asesinos lo alcanzaron en un pasillo. Ahí lo ultimaron.
La víctima había estado recluida en dos ocasiones por delitos contra la salud. Llevaba dos años libre. La investigación señaló que se dedicaba a la venta de droga y tenía un puesto ambulante dentro de la UNAM.
La Universidad se lavó las manos diciendo que Valderrama “no era integrante de la comunidad universitaria”.
En los años siguientes 46 individuos fueron identificados como narcomenudistas: 13 de ellos fueron aprehendidos en los últimos años. Pero la venta de droga siguió a la vista de todos.
Una investigación de EL UNIVERSAL publicada el viernes pasado revela que la célula, a cargo de un sujeto apodado El Micky, e integrada por al menos 20 sujetos, opera bajo el cobijo del personal de Auxilio UNAM, cuyos miembros fungen como halcones. Las ganancias son de hasta 150 mil pesos por día.
La denuncia de Fuentes está en poder de la PGR: la dependencia que encabeza Raúl Cervantes ha sido, pues, avisada.
Olvidaba decir que Alberto Pulido, el secretario de prensa del STUNAM, “rechazó categóricamente” que en la máxima casa de estudios se venda droga: “No aceptamos que se injurie así a la Universidad”, dijo.
@hdemauleon demauleon@hotmail.com