¿Le suena? —le pregunto a Diego Fernández de Cevallos.

Me refiero a la reciente detención del chileno Raúl Julio Escobar Poblete, el Comandante Emilio, uno de los líderes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), que fue fundado en 1984 para combatir por medio de las armas la dictadura de Augusto Pinochet.

El FPMR pretende la instauración del socialismo revolucionario y la construcción del Hombre Nuevo.

Emilio, sin embargo, no fue detenido en Chile, sino en el estado de Guanajuato, en donde había secuestrado a una ciudadana francesa. Las autoridades del estado señalaron que se hallaba al frente de una banda especializada en plagios que durante casi una década había azotado el Bajío.

Emilio era buscado en 190 países bajo cargos de asesinato y terrorismo. En 2002 dirigió un secuestro de alto impacto en Brasil, cuya finalidad era refaccionar económicamente a las FARC.

Se le escapó a la Interpol y de pronto apareció en México. Había usurpado la identidad de un niño que nació en 1975 y murió poco después: Ramón Alberto Guerra Valencia.

Con una acta falsa expedida en Puebla logró obtener licencia de conducir, pasaporte mexicano, credencial del INE y tarjetas de crédito.

Como relaté el lunes, en 1996 había sacado en helicóptero, de la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago, a otros miembros del Frente, de los que no se volvió a saber.

Hace siete años, el 14 de mayo de 2010, el abogado y político panista Diego Fernández de Cevallos fue secuestrado en Querétaro. El Jefe Diego había salido de su casa en la Ciudad de México a las cinco de la tarde: informó que cenaría con amigos en la ciudad de Querétaro.

A las siete de la mañana del día siguiente encontraron su camioneta a las puertas de su rancho, en el municipio de Pedro Escobedo. El vehículo tenía la puerta abierta, había manchas de sangre en el piso, los objetos personales del alguna vez candidato a la Presidencia de la República se hallaban revueltos.

Tras un silencio de seis días circuló una foto enviada desde el correo electrónico misteriosos.desaparecedores@yahoo.com.mx. Diego Fernández aparecía con los hombros desnudos y un letrero con la fecha del domingo 16 de mayo. “El Jefe Diego goza de cabal salud, y manda enternecido saludo a quienes lo quieren y hasta rezan por él”.

Firmaban: “Los misteriosos desaparecedores”.

El político fue liberado el 20 de diciembre, tras siete meses de cautiverio y mediante el pago de un rescate tasado en varios millones de dólares.

Tanto el secuestro como la liberación fueron realizados con precisión y cálculo. “Los misteriosos desaparecedores”, que dijeron pertenecer a una Red por la Transformación Global “producto de la unidad en la acción de distintas fuerzas revolucionarias, rebeldes y libertarias y con experiencia en lucha y combate”, no dejaron nada a la improvisación.

El día en que Diego Fernández fue liberado, la Red dio a conocer un comunicado en el que se explicaban las razones del plagio. Según los servicios de inteligencia, se trataba de un texto “altamente ideologizado” y “carente de faltas de ortografía”. A las autoridades les llamó la atención ese detalle, y también el nombre de la organización, tan poco usual entre los subversivos mexicanos, tan afectos a incluir en sus membretes, por decir algo, las palabras “ejército” “revolucionario” y “popular”.

Les sorprendió también la facilidad con que movieron el dinero del rescate, sin ser detectados: conocían bien el camino.

El Jefe Diego sostiene lo que declaró en una entrevista con Joaquín López Dóriga: que lo secuestraron “profesionales de veras” que “siempre intentaron demostrar una tendencia ideológica”.

—Para que te des una idea, hablaban como maestros universitarios —dijo una vez.

Lo que no le suena es que alguno de los secuestradores hubiera tenido acento chileno: “No oí a nadie hablar así”, dice.

Como se sabe, fue un eco en su acento lo que delató a Escobar Poblete ante las autoridades.

Un periodista del diario chileno La Tercera, Felipe Díaz, me dijo ayer que varios prófugos del Frente Popular Manuel Rodríguez “podrían estar en México operando con Escobar Poblete”. Entre el manojo de nombres sobresale el de Ricardo Alfonso Palma Salamanca, El Negro, la persona a la que Emilio extrajo en un helicóptero de la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago, y de quien no ha vuelto a saberse desde entonces.

¿Serían parte de “Los misteriosos desaparecedores”?

El Comandante Emilio se halla recluido en el Cereso de Valle de Santiago (Guanajuato). En una celda de aquel penal podrían estar las respuestas del horror que a lo largo de una década sacudió el Bajío.

@hdemauleon
demauleon@hotmail.com

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