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La enterraron ayer a las cinco de la tarde. Fue un sepelio de lo más extraño. Sólo acudieron niños en situación de calle y algunos funcionarios de la procuraduría de justicia capitalina.
Hace unos días se reportó el hallazgo, bajo un camión, de un cuerpo encobijado en la colonia Bellavista, de la delegación Álvaro Obregón. Algunos medios informaron que se trataba del cadáver de un adolescente de entre 12 y 15 años, que presentaba golpes en la cara y la cabeza, y tenía los pies quemados.
El informe de la policía preventiva aclaró que el cuerpo no pertenecía a un adolescente, sino a “una femenina no identificada de 15 años aproximadamente”. La desconocida tenía “una herida en la frente del lado izquierdo”. Su playera mostraba varias manchas hemáticas.
Pronto se propalaron historias de esclavitud y secuestro, incluso de violación. Se trajo a cuento el caso de “Ángela”, la niña de sólo dos años de edad que hace un par de años fue encontrada en una maleta en una calle solitaria de la colonia Juárez.
Esta historia también era tétrica, pero de otro modo.
El cuerpo fue conducido al anfiteatro. Ahí se determinó que no había señales de agresión sexual ni de tortura, y que los pies no estaban quemados: lo que el cadáver presentaba era una “dermatitis severa por omicomicosis, derivada de una condición de abandono personal”. Mostraba también un alto grado de desnutrición: era una niña en situación de calle.
Nadie se presentó a reclamarla, hasta que una foto publicada en El Gráfico atrajo a otra niña en situación de calle. Esta segunda niña identificó a la víctima. Dijo que se llamaba “Adriana Paola” y que vivía en la calle desde los diez años (al momento de su muerte tenía, en realidad, 17).
La amiga dijo también que el padre de “Adriana Paola” vive “al parecer por Cuajimalpa y que su madre murió por drogadicta y estaba enterrada en el panteón de San Lorenzo Tezonco”.
Señaló que los abuelos de la difunta vivían en la misma colonia en donde el cadáver había aparecido: Bellavista.
La policía los localizó con relativa facilidad. Pero los abuelos no quisieron identificar el cadáver. Afirmaron que para ellos la niña ya estaba muerta desde hacía años. Según las autoridades, tampoco les interesó que el último destino de ésta pudiese ser la fosa común.
El dictamen pericial indica que el cuerpo presentaba golpes y cicatrices consecuencia de los años en que “Adriana Paola” vivió en la calle. Tenía adicción a los solventes y según su amiga consumía ocasionalmente cocaína.
Tenía golpes provocados por caídas. El último día que su amiga la vio con vida “ya no podía pararse bien o caminar derecha debido a que no comía”. Eso fue el pasado 12 de febrero.
La muerte ocurrió ese mismo día, entre las nueve y las doce de la noche. Según la procuraduría, después de que “Adriana Paola” muriera, alguien la envolvió en una cobija y la trasladó al lugar del hallazgo. La muerte fue provocada por la desnutrición, y por problemas renales y pulmonares.
Durante exactamente diez años, nadie hizo absolutamente nada por ella.
De pronto a la procuraduría llegaron varios niños y adolescentes en situación de calle. Solicitaron el cuerpo, para velarlo: intentaron ocuparse de lo que la familia natural no quiso hacer.
La subprocuraduría de Atención a Víctimas y Servicios a la Comunidad se comprometió a otorgarles el servicio de velatorio; hizo los trámites legales necesarios para que el cuerpo de “Adriana Paola” fuera inhumado junto al de su madre, en el panteón de San Lorenzo Tezonco.
En julio del año pasado, el titular de la Secretaría de Desarrollo Social capitalina, José Ramón Amieva, estimó que en la Ciudad de México hay una población callejera que fluctúa entre 3 mil 500 y 4 mil 500 personas. Alrededor de mil 135 son niños y adolescentes.
Ocho de ellos salieron casi al caer la noche del panteón de San Lorenzo Tezonco.
Ahora mismo están en calles de Bellavista.
El gobierno capitalino tiene que hacer algo para sacarlos de ahí.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com