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Las primeras noticias informaron que en Suchilapan de López Arias, Veracruz, había ocurrido, el 5 de diciembre pasado, “un intercambio de balas en medio de la maleza”.
En ese intercambio se habían enfrentado elementos de la Marina y de la Secretaría de Seguridad Pública con un grupo de sicarios. El resultado fue el siguiente: 14 delincuentes muertos y “un policía municipal herido por el rozón de un proyectil”.
La información dada a conocer por el Grupo de Coordinación Veracruz señala que un grupo de presuntos delincuentes que se encontraban “escondidos tras un montículo” y poseían fusiles tipo Barret habían destrozado una patrulla de la Secretaría de Seguridad Pública.
Según el comunicado del Grupo de Coordinación, los uniformados pidieron apoyo y entonces aparecieron “policías estatales auxiliados por elementos de la Marina y la Policía Municipal de Jesús Carranza para localizar a los presuntos delincuentes y proceder a su detención”.
Sin embargo, al llegar al lugar, los efectivos “fueron agredidos por el mismo grupo, del cual cayeron abatidos 14 y un número no determinado se internó en el monte”.
El comunicado informa que, una vez que los agresores huyeron, las autoridades lograron asegurar 12 fusiles AK-47, un fusil HK calibre 7.62 mm y un fusil Barret calibre 50, “con capacidad para destruir vehículos blindados”.
Queda más o menos claro lo que ocurrió. El boletín de rigor lo relataría así (de hecho lo relató): “los efectivos fueron objeto de agresión por presuntos integrantes de la delincuencia organizada, por lo que en cumplimiento de su deber fue repelida la agresión”.
Dicho de otro modo: aunque los delincuentes tenían a la mano un respetable arsenal con capacidad para destruir vehículos, e incluso lograron despedazar una patrulla, 14 de ellos murieron.
En cambio, por parte del grupo que fue agredido no una, sino en dos ocasiones, sólo uno de los policías recibió un rozón.
Se trató sin duda de un enfrentamiento muy extraño.
Medios locales sostuvieron ayer que la agresión que los efectivos militares repelieron fue, en realidad, “una cacería de sicarios de tres días”.
El sábado 3 de diciembre, los pobladores de Suchilapan alertaron sobre la presencia de un grupo de sicarios, a través de las “bocinas de escuelas, iglesias y comercios”.
Según algunos vecinos, “ese día pasaron varias camionetas ‘a todo lo que daban’”, y tras ellas “otros tantos carros militares igual de rápido”.
Ese día hubo un enfrentamiento en el rancho El Sacrificio, que culminó con la muerte de tres presuntos delincuentes.
Al día siguiente se suscitó un nuevo tiroteo a unos metros del puente grande de Uxpanapa. Tres sicarios más perdieron la vida.
Con el “intercambio de balas en medio de la maleza” que ocurrió el lunes, ascendería a 20 el número de presuntos delincuentes que perdieron la vida.
En 2011, Catalina Pérez Correa, Carlos Silva Forné y Rodrigo Gutiérrez Rivas publicaron en Nexos un estudio sobre la letalidad de la fuerza pública. Señalaba que “en todo enfrentamiento policial o militar donde se usa la fuerza letal se producen muertos y heridos en ambos bandos”.
Según el estudio, “un número de presuntos delincuentes muertos que exceda en mucho al número de heridos indica un posible abuso de la fuerza”.
Según el estudio, todo caso en el que el número de presuntos delincuentes muertos exceda en mucho al número de heridos debería ser investigado, por la salud de todos.
Creo recordar, por cierto, que uno de los grandes descubrimientos que Catalina Pérez Correa realizó en el tiempo de su investigación fue que en todos los boletines emitidos por las Fuerzas Armadas existía un patrón. Más tarde o más temprano aparecía la frase cabalística que informaba:
“Los efectivos fueron objeto de agresión por presuntos integrantes de la delincuencia organizada, por lo que en cumplimiento de su deber fue repelida la agresión”.
Qué coincidencia.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com