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En los días previos al desalojo que terminó convertido en un baño de sangre, Nochixtlán se había llenado de gente extraña. “Había mucha gente que no era de Nochixtlán”, dijo el dueño del Hotel Juquila a reporteros del portal Animal Político. El empresario confió a los periodistas que incluso había dado a sus empleados la instrucción de no rentar habitaciones a aquellos forasteros. Por precaución, dijo, “dimos la indicación de que sólo se atendiera a las personas conocidas”.
El padre Adrián de la Cruz, sacerdote de la parroquia de Santa María de la Asunción, también notó que en horas previas al desalojo el pueblo estaba lleno de desconocidos.
Nadie ha logrado explicar quiénes eran, qué hacían esas personas en las barricadas de Nochixtlán. Algunos testigos afirman que vieron en las inmediaciones del hotel a policías estatales que “no llegaban en patrullas, llegaban en camionetas como particulares”.
Al padre De la Cruz le dijeron, en cambio, que los fuereños eran “gente de otros municipios” que habían llegado a apoyar el bloqueo de la CNTE.
En todo caso, el hotel fue quemado, los desconocidos se fueron esa misma noche y los reporteros no lograron hallar “testigos que afirmen haber visto tiradores actuando desde el Hotel Juquila”.
Fotografías y videos muestran de manera inequívoca a agentes federales accionando sus armas contra civiles. Pero a diez días de los sucesos que dejaron ocho muertos y casi un centenar de heridos, seguimos inmersos en una de las especialidades mexicanas: la oscuridad. No hay explicación oficial.
Desde que la Policía Federal mintió y se desmintió, y al cabo conformó una versión “inicial”: que los agentes federales habían caído en una emboscada tendida por grupos radicales, el gobierno ha guardado alrededor del tema un hermetismo absoluto —que el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quiso justificar ayer de este modo: “Tenemos que saber exactamente lo que sucedió y tenemos que ver quién usó las armas, por qué y de quiénes fueron las órdenes”.
Diez días después seguimos ignorando de qué calibre eran las balas que mataron a los civiles, desde qué distancia fueron accionadas, en qué lugar del cuerpo ocurrieron los impactos.
No se dispone de peritajes realizados en “el teatro de los hechos”, pues desde aquel domingo las autoridades no han podido regresar a Nochixtlán: ni siquiera las ministeriales, supuestamente encargadas de levantar indicios de la tragedia.
A diez días, sólo es posible reconstruir las cosas en astillas, a pedazos. Hay evidencia de que grupos violentos, ajenos a la CNTE, se habían sumado a las protestas de ésta. Las huellas de estos grupos se manifestaron en Guerrero, en Chiapas, en Michoacán. La propia CNTE intentó deslindarse varias veces de sus “simpatizantes”. Pero se les veía adelante, atrás, a los lados. Siempre desestabilizando. Siempre provocando el caos.
La Policía Federal, mientras tanto, iba poniendo por su parte las bases del desastre. En primer lugar, porque eligió un domingo de tianguis para realizar el desalojo. Comerciantes y compradores de la región, ajenos a la protesta, iban a estar esa mañana en el pueblo.
Por lo demás, de las tres divisiones que participaron en el operativo, sólo una tiene experiencia en contención de multitudes en un despliegue de campo: la de Fuerzas Federales. Las otras dos, la Gendarmería y la División de Seguridad Federal, llamadas como refuerzos, asistieron armadas y un poco a ciegas: una hace labores como policía de proximidad; la otra procede de lo que fue la vieja policía de caminos.
¿El descontrol, desde esa perspectiva, tendría que ser la consecuencia inevitable?
Según algunos testimonios, los pocos que han trascendido, al momento de avanzar sobre las barricadas los federales marchaban convencidos de que iban a realizar un desalojo, semejante a los cientos que habían practicado antes.
¿Por qué cambió el escenario? ¿Qué fue lo que hizo que acabaran tirando sobre los civiles? ¿La orden vino de un mando?
Diez días y contando.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com