Le decían El Cheje o El Chereje. Fue halcón de Guerreros Unidos durante casi cuatro años.

“Yo nada más soy halcón —declaró—, yo nada más cuido si pasaba gobierno, gente armada y otras organizaciones. Al principio me daban 7 mil al mes, ya después 6 mil 500, luego 6 y 5, fue bajando. Según yo, nada más por un año. Ya pasando ese año, yo hablé y me dijeron que no había salida, que solo dos cosas, la muerte o la cárcel. Yo me aguanté pensando juntar dinero e irme con mi hermano a Los Cabos, San Lucas, pero pues sucedió esto y ya estoy aquí”.

“Esto” es, desde luego, la noche de Iguala.

Agustín García Reyes, El Chereje, según se asienta en el expediente del caso Ayotzinapa, era uno de los miembros más antiguos de Guerreros Unidos. Sobre el origen del grupo criminal hizo el siguiente relato:

“Al principio entró otra organización al pueblo, a todos los pueblos, esa organización secuestraba, se llevaba a las mujeres, las violaban, robaban, entraban a tiendas, se llevaban lo que querían, y ahí el gobierno nunca fue. Se llamaba Familia Michoacana y la gente de todos los pueblos pedían ayuda, y el gobierno nunca iba, y los policías de ahí, Cocula, tenían miedo de enfrentarse a balazos, y entonces llega esta organización a Guerrero, entonces llega a Cocula y comienzan a hacer una limpia de todos los michoacanos, limpiaron a todos, significa muerte, los mataban, y entonces el pueblo estaba a gusto”.

Según El Chereje, los jefes de plaza en Iguala eran Felipe Rodríguez Salgado, El Cepillo; Vicente Loza Sotelo, El Chente, y Patricio Reyes Landa, El Pato. En la declaración rendida por García Reyes (tomo 1, páginas 611 a 621) se lee que el 26 de septiembre de 2014 se encontraba vigilando su “punto” y que a las dos o tres de la mañana (la hora no coincide con la que otros detenidos han señalado) El Pato, El Cepillo y Jonathan Osorio Cortés, El Jona, llegaron en una camioneta estaquitas y le ordenaron que se subiera al vehículo. En la parte de atrás, relató, estaban cuatro estudiantes de Ayotzinapa. Se dirigieron, dijo, al basurero de Cocula.

Una vez en ese sitio, relató, comenzaron a bajar a los “detenidos”, los acostaron en el suelo, boca abajo, y les preguntaron por qué habían llegado a Iguala. Según El Chereje, los alumnos contestaron que por órdenes de un compañero apodado El Cochiloco.

El Cepillo ordenó que los asesinaran “ya que estaban relacionados con Los Rojos”. García Reyes declaró que a uno de los muchachos lo mataron a palos (esto coincide con lo que declaró otro detenido: Salvador Reza Jacobo, El Lucas). De acuerdo con esta versión, quienes dispararon sobre los alumnos fueron El Pato, El Cepillo y dos cómplices más apodados El Wasa y El Primo.

Afirmó El Chereje que El Cepillo ordenó prenderles fuego, que rociaron con diesel los cuerpos y prepararon una plancha con llantas, leña y botellas de plástico.

Su relato es en esencia el de la “verdad histórica”: que la calcinación duró cerca de 15 horas, que El Cepillo les ordenó recoger las cenizas en bolsas de basura con ayuda de una pala que llevaban en la camioneta, que recogieron dichas cenizas incluso con las manos, que llenaron aproximadamente ocho bolsas, y luego fueron al río San Juan para deshacerse de ellas. Que El Cepillo los llevó, finalmente, a esconderse a Tianquizolco.

Un peritaje realizado por expertos internacionales elegidos por la Procuraduría General de la República y el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, de cuyos resultados tendremos noticias en unas horas, confirmará o derrumbará, se espera que a partir de análisis científicos, lo que está consignado en millares de páginas del expediente: si hubo un fuego o no aquella noche en el basurero de Cocula, y si ese fuego fue suficiente para calcinar “a un amplio número de personas”, como declaró el entonces procurador Jesús Murillo Karam en noviembre de 2014.

Cierto o falso, todo lo consignado en ese expediente quedará para la historia.

Así que llegan momentos cruciales.

@hdemauleon

demauleon@hotmail.com

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