El sábado se cumple un año. La fecha marca un antes y un después: 26 de septiembre de 2014. Esa noche, una de las peores en un país poblado de noches peores, 43 alumnos enviados a Iguala a secuestrar camiones y obtener recursos para asistir a la manifestación en memoria del 2 de octubre de 1968, no regresaron a la escuela normal Raúl Isidro Burgos.

A un año de distancia, seguimos sin tener plena certeza de lo que les ocurrió. La única versión disponible hasta el momento es la construida por las confesiones de los sicarios de Guerreros Unidos, y de los policías de Iguala y Cocula que pusieron a los estudiantes en manos de este grupo criminal.

Esa versión dice que los muchachos fueron señalados como miembros de una organización rival, por lo que se les cazó, se les amarró y se les llevó al basurero en el que fueron asesinados e incinerados (todos, o una parte significativa de ellos).

Sobre lo que les pasó existe también un informe rendido por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, GIEI, dispuesto por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Ese informe recrea las primeras horas de los estudiantes en Iguala y abre líneas que la investigación oficial no incluyó: revela que el Ejército tuvo conocimiento de lo que estaba ocurriendo; indica que la Policía Federal estuvo presente la noche de los hechos —e incluso pudo haber participado en ellos.

El informe y la investigación de la PGR no se contradicen totalmente: podría decirse que en algunos tramos incluso se acompañan. Pero difieren en lo crucial: quiénes participaron en la masacre y desaparición, y cuál fue el destino final de los estudiantes.

El GIEI postula que los alumnos no pudieron ser incinerados en el basurero de Cocula. Los peritajes de la PGR —en los que participaron investigadores de la UNAM y del Instituto Mexicano del Petróleo— sostienen que la quema ocurrió. El mejor laboratorio del mundo en cuestiones de ADN, la Universidad de Innsbruck, ya abrió la puerta a la convicción de que al menos los restos de dos estudiantes fueron incinerados.

Pero faltan piezas, existen agujeros negros: tendríamos que volver a contar la noche de Iguala como si hubiera ocurrido ayer. Y tendríamos que hacerlo incluyendo todas las versiones, abiertos a todas las posibilidades.

He intentado recopilar datos publicados por la prensa a partir de aquella noche. De ese modo tropecé con una de las primeras versiones de la matanza. Esa versión indica que todo comenzó porque entre los alumnos venían infiltrados 17 miembros de Los Rojos.

Sidronio Casarrubias, líder de Guerreros Unidos, confesó que el propósito de Los Rojos era matar a Víctor Hugo Benítez Palacios, El Tilo, jefe de plaza en Iguala, y a cinco de sus hermanos.

Las notas de prensa de aquellos días (octubre de 2014) indican que Benítez Palacios y sus cinco hermanos eran propietarios de un auto lavado llamado Los Peques, y controlaban el narcomenudeo en Iguala, Cocula, Taxco y Huitzuco.

Explicó Sidronio: “La consigna era matar a los hermanos Benítez Palacios, ya que la primera balacera se dio en el auto lavado llamado Los Peques. Ahí Los Rojos infiltrados se roban tres taxis propiedad de los hermanos Benítez Palacios, logrando llegar hasta el domicilio de estos hermanos… quienes repelen la agresión”. Reforma indica que cuando los estudiantes llegaron a Iguala, “hubo un incidente frente a un lavado de autos”.

Proceso dio a conocer en esos días el contenido de una narcomanta: “Sabemos que los responsables son los hermanos Casarrubias… junto con los hermanos Benítez Palacios: Oziel (El Oso), Víctor Hugo (El Tilo), Mateo (El Gordo), Salvador (Chava)… y también Gil, May, Chente”.

Estas notas provocaron la reacción del asesor jurídico de los padres de los normalistas —quien dijo que el gobierno intentaba criminalizar a los alumnos—, así como de amplios sectores de opinión. La PGR abandonó esa línea, “para no ofender a los padres”.

De octubre a la fecha, no he vuelto a hallar más que una mención de El Tilo: Benítez Palacios se convirtió en uno de los grandes olvidados del caso. ¿Cuántas líneas semejantes habremos extraviado en el camino?

Compromiso con la precisión: El sábado algunos medios difundieron la versión de que tras 12 horas de interrogatorio, Gildardo López Astudillo, El Cabo Gil, había confesado ante la SEIDO que los normalistas habían sido quemados por órdenes suyas. El dato, recogido aquí, era incorrecto. Ofrezco una sincera disculpa a los lectores.

@hdemauleon

demauleon@hotmail.com

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