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En 1979, Octavio Paz escribió “México y Estados Unidos: posiciones y contraposiciones” (en el volumen 8 de sus Obras completas) sobre la “paradoja peregrina” de sus contradicciones culturales, económicas, históricas. Anoto algunos párrafos de ese extenso ensayo, pertinentes en estos días en que esas complejas tensiones se agudizan.
“Desde que los mexicanos comenzaron a tener conciencia de identidad nacional, a mediados del siglo XVIII, se interesaron en sus vecinos. Al principio con una mezcla de curiosidad y desdén; después, con admiración y entusiasmo, pronto teñidos de temor y de envidia. La idea que tiene el pueblo de México de los Estados Unidos es contradictoria, pasional e impermeable a la crítica; más que una idea es una imagen mítica.”
“Para la sociedad de Nueva España el trabajo ni redime ni es valioso por sí mismo. El trabajo manual es servil. El hombre superior ni trabaja ni comercia: guerrea, manda, legisla. También piensa, contempla, ama, galantea, se divierte. El ocio es noble. El trabajo es bueno porque produce riqueza pero la riqueza es buena porque está destinada a gastarse y consumirse en esos holocaustos que son las guerras, la construcción de templos y palacios, el boato y las fiestas.” (En Estados Unidos, en cambio, el trabajo “tiene un valor redentor”.)
“La diferencia central, desde el punto de vista de evolución histórica de las dos sociedades, reside a mi modo de ver en lo siguiente: con la Reforma, crítica religiosa de la religión y antecedente necesario de la Ilustración, comienza el mundo moderno; con la Contrarreforma y el neotomismo, España y sus posesiones se cierran al mundo moderno. No tuvimos Ilustración porque no tuvimos Reforma ni un movimiento intelectual y religioso como el jansenismo francés. La civilización hispanoamericana es admirable por muchos conceptos pero hace pensar en una construcción de inmensa solidez —a un tiempo convento, fortaleza y palacio— destinado a durar, no a cambiar. A la larga, esa construcción se volvió un encierro, una prisión. Los Estados Unidos son hijos de la Reforma y de la Ilustración. Nacieron bajo el signo de la crítica y la autocrítica. Y ya se sabe: quien dice crítica, dice cambio.”
“La Revolución de Independencia de los Estados Unidos no fue una ruptura con un pasado; la separación de Inglaterra no se hizo para cambiar los principios originales por otros sino para realizarlos más plenamente. En México ocurrió lo contrario. A fines del siglo XVIII las clases dirigentes mexicanas —sobre todo los intelectuales— descubrieron que los principios que habían fundado a su sociedad la condenaban a la inmovilidad y al atraso. Acometieron una doble revolución: separarse de España y modernizar el país mediante la adopción de los nuevos principios republicanos y democráticos. Sus ejemplos fueron la Revolución de Independencia norteamericana y la Revolución Francesa. Lograron la independencia de España pero la adopción de los nuevos principios fue inoperante: México cambió sus leyes, no sus realidades sociales, económicas y culturales.”
“La democracia mexicana todavía no es una realidad y porque los avances logrados en ciertos sectores han sido nulificados o se ven en peligro por la centralización política excesiva, el desmesurado crecimiento demográfico, la desigualdad social, el derrumbe de la educación superior y la acción de los monopolios económicos, entre ellos los norteamericanos. El desarrollo del Estado mexicano, como el de todos los Estados del siglo XX, ha sido enorme, monstruoso. Una curiosa contradicción: el Estado ha sido el agente de la modernización pero no ha sido capaz de modernizarse a sí mismo enteramente. Es un híbrido del Estado patrimonialista español de los siglos XVII y XVIII y de las modernas burocracias de Occidente. En cuanto a nuestra relación con los Estados Unidos: sigue siendo la vieja relación entre el fuerte y el débil, oscilante entre la indiferencia y el abuso, la mentira y el cinismo. La mayoría de los mexicanos tenemos la justificada convicción de que el trato que recibe nuestro país es injusto.”
“La crisis de los Estados Unidos afecta al fundamento mismo de la nación, quiero decir, a los principios que la fundaron. Dije ya que hay un leit-motif que corre a lo largo de la historia norteamericana, desde la época de las colonias puritanas de Nueva Inglaterra hasta nuestros días: la tensión entre libertad e igualdad. Las luchas de los negros, los chicanos y otras minorías no son sino una expresión de este dualismo. A esta contradicción interna corresponde otra externa: los Estados Unidos son una república y son un imperio.”
“Fieles a sus orígenes, lo mismo en su política interior que en la exterior, los Estados Unidos han ignorado siempre al otro. En el interior al negro, al chicano o al portorriqueño; en el exterior: a las culturas y sociedades marginales. (…) Para vencer a sus enemigos, los Estados Unidos tienen primero que vencerse a sí mismos: regresar a sus orígenes. Pero no para repetirlos sino para rectificarlos: el otro y los otros —las minorías del interior tanto como los pueblos y naciones marginales del exterior— existen. No sólo somos la mayoría de la especie sino que cada sociedad marginal, por más pobre que sea, representa una versión única y preciosa de la humanidad. Si los Estados Unidos han de recobrar la entereza y la lucidez, tienen que recobrarse a sí mismos y para recobrarse a sí mismos tienen que recobrar a los otros: a los excluidos del Occidente.”