Los mexicanos hemos vivido sepultados los últimos 2 años en una voluminosa catarata de malas noticias, la inmensa mayoría de ellas como consecuencia de la siniestra conducción de la política económica. Que si la inadmisible depreciación del peso frente al dólar; que si se dispara la inflación; que si el Banco de México interviene echando mano de nuestra reservas monetarias para detener la estrepitosa caída del peso; que si Videgaray desahució Pemex y CFE en secreto para utilizar sus recursos en el gasto público; que si el déficit “cero” se redujo a un embuste más porque este año tal vez alcance los 500 mil millones de pesos; que si se disparó de pronto la deuda pública de manera irresponsable como si no hubiéramos aprendido nada de la historia financiera de México; que si los prometidos recortes presupuestales fueron una mentira más; que si el gasolinazo, otra evidencia más de la corrupción y de la ausencia de eficacia en la administración de los recursos públicos… En fin, todos los días hemos recibido pésimas nuevas que equivalen a martillazos, marrazos asestados en las cabezas de nosotros, los pobres ciudadanos anestesiados e incapaces de protestar, pase lo que pase. Sumado a todo lo anterior y como si la catastrófica gerencia de Peña Nieto no fuera suficiente, todavía tenemos que enfrentar los alardes narcisistas de un peleador callejero que amenaza la estabilidad mundial al llegar a la Casa Blanca. En España se dice: “Bienvenido el mal, si viene solo”. La actual crisis nacional no se presenta aislada, viene acompañada con las políticas suicidas de Donald Trump, quien piensa administrar Estados Unidos como si se tratara de una gigantesca empresa monopólica toda de su propiedad.
Entre todo este marasmo de pesimismo, desesperanza y frustración, tal y como acontece cuando un feroz huracán sorprende a un barco a la mitad del océano, en ocasiones resulta difícil, entre la pavorosa confusión, distinguir que en alguna parte del cielo desaparecen las nubes borrascosas para ceder un pequeño espacio a una promisoria luz. ¿A dónde voy en concreto?
Esta semana apareció una nota en la prensa nacional que me llenó de optimismo y que lamentablemente pasó desapercibida en la sociedad víctima de una justificada paranoia. La gran noticia de marras decía que “Presidentes de más de mil 300 grandes multinacionales eligieron a México en una lista de 10 países para invertir durante este año 2017.” El dato proviene de un reporte publicado por la consultora internacional PWC en el actual marco del foro de Davos. México quedó clasificado, continúa el informe, por delante de Francia y Australia, como destinos de inversión. Por delante de nosotros se encuentran Estados Unidos, China, Alemania, Reino Unido, Japón, India y Brasil.
Que México se convierta de golpe en un polo muy atractivo para la inversión extranjera resulta lógico, no sólo porque la devaluación del peso ha disminuido sensiblemente el costo de la mano de obra, sino porque tenemos suscritos tratados de libre comercio con 40 países, por lo que los citados mil 300 presidentes de multinacionales de 80 países tienen razón en invertir en México, en la inteligencia que aprovecharían nuestra capacidad instalada para exportar a países distintos a Estados Unidos, en donde existe la amenaza de un gravamen de 35% a las compras provenientes de México. Buenísimo, ¿no?
@fmartinmoreno