Hace unos días al llegar precipitadamente al aeropuerto capitalino, una vergüenza para una ciudad habitada por 20 millones de personas, si se toman en cuenta las áreas suburbanas pobladas (no precisamente por suecos), de repente, en forma inopinada, al tomar mi boleto para ingresar al estacionamiento con el ánimo de arribar a tiempo para volar a Chicago, en donde daría una conferencia, el conductor de un vehículo ubicado a mi mano derecha, bajó la ventana y me lanzó el improperio más agresivo y demoledor que haya escuchado en los tiempos modernos… Sí, ni más ni menos el interfecto me gritó de coche a coche: !diputado!, tal vez porque estaba desesperado al igual que yo o porque me confundió con uno de esos indeseables personajes que trabajan en la carpa de San Lázaro. Ante semejante atrocidad y al experimentar cómo burbujeaba mi sangre hirviendo en mis venas y arterias, no tuve más remedio que devolverle el agravio de la manera más sonora posible: ¡senador!, repuse verdaderamente enardecido como quien mueve el alfil en el ajedrez y espera la respuesta del contrario. Mi agresor no estaba dispuesto a darse por vencido todavía, por lo cual contestó a punto de soltar la carcajada: sí, pero no soy plurinominal… Acto seguido, este ilustre personaje, tal vez uno de mis dos lectores, giró a la derecha como pudo hasta perderse en la búsqueda de un espacio para estacionarse, algo parecido a encontrar una aguja en un pajar. Exhibiendo tal vez una sonrisa sardónica pensé en silencio: ¿Qué haríamos los mexicanos sin sentido del humor…?

Cuando volaba de regreso de Estados Unidos y tomé en mis manos EL UNIVERSAL del martes pasado, me encontré con la siguiente nota publicada en primera plana, la cual me congeló la sonrisa y destruyó mi estado anímico: “En lo que va del sexenio, el servicio de administración tributaria (SAT), perdonó 188 mil millones de pesos a contribuyentes, tanto personas físicas como morales, por adeudos de varios años a la autoridad hacendaria”.

Nunca creí poder hablar bien del fisco de México ni de cualquier otro país, al ser instituciones tan odiadas como imprescindibles, sólo que nuestras autoridades fiscales, a diferencia de las foráneas, se distinguen por su magnanimidad, por sus actitudes humanitarias y de gran corazón, por su ejemplar nobleza y notable desprendimiento. ¿Cómo no ser generoso y munificente con dinero ajeno cuando el perdón se concede con absoluta impunidad? ¿Quién paga el “regalito”? ¡Los mexicanos eternamente adormilados hasta que despierten al México Bronco!

¿Cómo se puede entender por un lado, un gigantesco recorte presupuestal para 2017 del orden de 240 mil millones de pesos que habrá de traducirse en una nueva contracción de nuestra economía y, por el otro, un incomprensible perdón de 188 mil millones? ¡Sólo en México! Si no hubieran condonado inexplicablemente esa salvajada de gravámenes de los que todavía no tenemos cuenta y razón, el recorte se hubiera reducido, tal vez, a casi 60 mil millones.

¿Quién es el culpable de esta monstruosa condonación, todo un atentado de cara a los contribuyentes cumplidos? ¿Quién lo decidió? ¿Cuándo y por qué? ¿Y la Auditoria Superior de la Federación? ¿Y el Congreso de la Unión? ¿Y el CCE y las Cámaras de Comercio e industria? ¿Por qué el silencio de la sociedad ante tan flagrante agresión a la nación y a la República? Mientras menos protestemos, menos justicia tendremos…

fmartinmoreno@yahoo.com

@fmartinmoreno

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