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Uno de estos días, cuando me encontraba inmovilizado en el estacionamiento más grande del planeta, caí en cuenta de los continuos despojos de que somos víctimas los ciudadanos que poblamos “este valle de lágrimas que abate…” Mancera, (el peor jefe de gobierno que ha encabezado la Ciudad de México, desde el tlatoani Acamapichtli hasta nuestros días, incluido AMLO, que ya es decir…) me despoja no sólo de mi tiempo ante una asfixiante inmovilidad urbana, sino también me despoja de mi salud, al inhalar un aire viciado, una masa gaseosa saturada de partículas suspendidas que contienen índices criminales de toxicidad inadmisibles en cualquier ciudad en donde se respeten los derechos humanos, si es que el primero es la sanidad. También me despojan de mi tiempo y de mi seguridad los supuestos maestros o los narcos o los asaltantes que secuestran carreteras o caminos o calles para robar o protestar, o lo que sea…
¿Más…? ¡Claro! Mancera también facilita el despojo de mis bienes dado que ya cuento con seis asaltos a mano armada en mis haberes… ¿No pagamos impuestos para contar con eficientes servicios públicos? ¿Y la seguridad? El despojo en el México de la impunidad es un floreciente negocio. Despojos y más despojos….
Sólo que la historia no concluye ahí porque Videgaray, a través de una reforma tributaria suicida que desplomó el crecimiento económico al 1.3% cuando Calderón lo dejó casi al 4% en 2012, me despojó de mis ingresos que no fueron destinados a la construcción de escuelas o a obras de infraestructura, sino al financiamiento de la deuda que irresponsablemente contrató o al pago del gasto corriente. Hoy los ciudadanos nos vemos despojados de una parte importante de nuestros ahorros, en tanto los empresarios se ven obligados a pagar más de un 50% del ISR, más el gravamen a los dividendos, más la participación de utilidades, más la cancelación de deducciones de previsión social. Sería mejor facilitar la capitalización de las empresas en lugar de erosionar sus finanzas con gravámenes con destinos muy criticables.
Los narcos nos despojan de nuestra paz ante una cadena de gobiernos incapaces de someterlos a la ley. ¿Cuál ley…? El hampa despoja a las empresas y las obliga a cerrar al tener que pagar el derecho de piso impuesto por los delincuentes. Millones de mexicanos se han visto despojados de su propio país y emigrado a Estados Unidos en busca de un bienestar del que fueron privados o jamás lograron obtenerlo. Cientos de miles de menores, estudiantes de primaria, son despojados de la educación, ésta vez porque otros rufianes cierran las puertas de las escuelas o amenazan a los verdaderos maestros. ¿Qué tal los siete millones de ninis, despojados de su futuro porque ni estudian ni trabajan?
¿Más despojos? El que sufren los ciudadanos cuando los hampones los secuestran y los vuelven a despojar al pagar los rescates. ¿Habrá un despojo más abominable que el anterior? ¿Y el gigantesco despojo que padecemos cuando el peso estaba en 12.50 en 1976 y 30 años después, el “deslizamiento” ya llegó a los 20 mil pesos si no olvidamos que se suprimieron tres ceritos en el gobierno de Salinas? ¿Cómo calificar las dimensiones de dicho despojo verdaderamente artero y despreciable? ¿Las catastróficas devaluaciones de 76, 82, 87, 94 y 95 y 96, no fueron auténticos despojos? ¿Habrán muerto de golpe todos los economistas mexicanos? ¿El clero no despoja a sus feligreses mediante el cobro de limosnas o donativos a cambio de garantizarles un espacio en el paraíso? ¿Y los dineros negros derivados del bautizo y de la primera comunión y de la confirmación y de los 15 años y de la boda y de los aniversarios y de las misas de muertos entre otros pagos multimillonarios exentos de impuestos? ¿Los mexicanos no nos hemos visto despojados históricamente de un sistema de impartición de justicia? Despojo tras despojo….
Algún día narraré en uno de estos Cuentos políticos, la historia de una mula que a diario era golpeada en las ancas con un palo al paso de su amo, hasta que la bestia se hartó y en el momento menos pensado devolvió al agresor una coz que lo llenó para siempre de inolvidables aprendizajes.
PD: Gracias a mis amigos de EL UNIVERSAL por haberme abierto las puertas de su afamada casa editorial en estos sus primeros 100 años de fructífera existencia periodística.