Las condiciones no podrían ser más favorables para la construcción de una candidatura fuerte, desde la oposición, a la presidencia de la República. Una mala evaluación del trabajo del Presidente y de su equipo, crecimiento muy por debajo del prometido y del necesario, menos dinero disponible para las familias por un mayor pago de impuestos, niveles de pobreza que no ceden, escándalos de corrupción, la fuga de El Chapo.

Y sin embargo no se ven opciones. De un lado, la oposición domesticada (PRD y PAN) no se reencuentra todavía en su tarea de contrapeso. Los tiempos del Pacto, por definición, no dejaron que creciera ninguna figura opositora, hombre o mujer, panista o perredista, que en su momento se volviera una clara alternativa frente al presidente en funciones. (Ejemplo: un AMLO frente a Fox entre 2000 y 2006) Dicho de otro modo: nadie creció. Además, ahora que les urge distanciarse lo hacen torpemente. Gustavo Madero salió a criticar la decisión del presidente Peña Nieto de recuperar la rectoría del Estado sobre la educación en Oaxaca considerándola como una muestra de “debilidad” que pretendía “eludir” la presión de la Coordinadora y que atenta contra el federalismo que defiende el PAN. (Baste con recordar que fue él quien insistió en fortalecer al IFE en detrimento de los institutos estatales).

Marcelo Ebrard después del colapso de la Línea 12 del Metro, y de la general arremetida en su contra, hace tiempo desapareció como figura para el 2018.

Todo parecía entonces confluir para que López Obrador se presentara en 2018 como la única opción opositora, y compitiera por tercera vez, en inmejorables condiciones, por la Presidencia. Es más, parecía que a López Obrador no le hacía falta hacer ni decir nada, que los yerros del gobierno, y la indefinición del resto del espectro político, le hacían el trabajo. Pero reapareció Andrés Manuel y en un video de cinco minutos nos recordó que lo suyo no es construir mayorías. En el video proclama su apoyo no sólo a los maestros de Oaxaca, lo cual se entiende, sino a los dirigentes de la Sección 22 de la CNTE. Un grupo desprestigiado incluso entre sus bases y que terminó por minar el respaldo popular que tenía y que demostró en las movilizaciones de 2006. La Sección 22 se convirtió en un poder fáctico con intereses propios y ajenos a la educación de los niños de Oaxaca.

López Obrador no salió a defender a los más pobres de los pobres, sino a una mafia que tenía colonizada la administración de la educación de ese estado sin que eso se haya traducido, ni mucho menos, en una mejora de las condiciones de vida de los maestros, en mejores escuelas y un mejor nivel educativo de los niños.

Hay motivos legítimos para cuestionar la reforma educativa: qué si los exámenes miden lo que deberían medir; que tal vez lo mejor no sea un examen estandarizado en un país tan diverso; que los maestros deben poder acceder a una definitividad como la que tienen los maestros de la educación superior. Pero López Obrador salió a defender a los que están por la herencia de las plazas, a los que determinan la asignación de las mejores puestos por méritos sindicales, a los que privatizaron la educación en Oaxaca.

Esta posición, seguramente le restará simpatías —y no sólo entre los ricos y los de derecha—, porque sumada a la indiferencia que ha mostrado por la lucha de grupos minoritarios, como los homosexuales por sus derechos, revelan valores y preferencias que lo sitúan más cerca de una defensa del viejo régimen que en línea con una posición moderna y progresista.

Lo dicho, sin opciones rumbo al 2018.

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