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A la delegada Xóchitl Gálvez le pareció divertido hacer un periscope de la comida en que Diego Fernández de Cevallos festejó el sábado sus 75 años en el rancho La Barranca, en la frontera de Querétaro y Guanajuato.
A diferencia de otros que gustan vestir sus fiestas con un despliegue de fotógrafos para los suplementos de los diarios y las revistas del corazón, Diego ha optado por hacerlo sin medios ni ruido. Diego no necesita corte ni troupé. Nunca le han hecho falta. Pero en fin, al transmutarse en paparazi, Xóchitl le sirvió un banquete a la mojigatería que no pierde oportunidad para sacar a relucir sus escrúpulos, su superioridad moral, cuando ve juntos a personajes del poder. Los imagino persignándose y convenciéndose a sí mismos con un: verdad, mano, que nosotros no somos como ellos. O con un: algo malévolo estaban planeando Carlos Salinas y Felipe Calderón (que, por cierto, se saludaron con el mínimo exigible de urbanidad, intercambiaron palabras unos 30 segundos y regresaron a sus respectivas mesas para darse la espalda).
El sábado, la mayor parte de los invitados eran los íntimos y familiares de Diego. Los famosos no hacían mayoría en La Barranca. Eso sí, el común denominador de unos y otros era el cariño al anfitrión. En esas comidas he conocido a ex compañeros de Diego en la secundaria, ex colaboradores suyos que vienen a la fiesta desde un estado del norte o el sur. A sus primos, compadres, hijos y amigos de sus hijos.
Yo también sentía que, líbreme Dios, no era como Diego. Y más después de ver cómo vapuleó a Cuauhtémoc Cárdenas en el debate presidencial de 1994. A las pocas semanas, me encargaron un reportaje de su campaña (publicado en Reforma, “Campaña de cruzadas y agonías”, agosto 5, 1994). Pude platicar largo con él, observarlo, escucharlo. Traté de comprenderlo desde entonces como personaje de su momento, como el extraordinario personaje que es.
Fue informativamente generoso conmigo. Y lo volvió a ser en abril-mayo de 1996, cuando, ya celebridad, nos concedió con Cuauhtémoc Cárdenas cuatro debates en torno del México post-salinista en el naciente CNI/Canal 40. Diego se la jugó con nosotros en el tétrico episodio del Chiquihuite (enero 2003), sabiendo que el maligno poder de Ricardo Salinas Pliego se lo cobraría caro. Y fue magnánimo en una entrevista en Milenio Televisión sobre su secuestro (enero 2011, creo que la primera amplia, reflexiva, que dio en televisión). Inolvidable para mí. Su vivacidad, inteligencia y alma de polemista estaban intactas. Como personaje de Sándor Márai, en su voz resonaba la satisfacción propia de los adultos que han contado algo con exactitud, que han sabido agrupar sus ideas y pensamientos de una manera clara y concisa.
A ese hombre, a ese sujeto de mis crónicas, debates y entrevistas, yo también quería darle un abrazo el sábado. Larga vida Jefe Diego, querido Diego.
MENOS DE 140. Hablando de poder: los gobiernos de CDMX y Morelos tienen todo para dar con el dueño del Ferrari rojo. Inaceptable que no lo hagan. Ya.
gomezleyvaciro@gmail.com