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Arteros los senadores del PRI que arremetieron ipso facto contra el gobernador de Nuevo León, Jaime El Bronco Rodríguez. Arturo Zamora, por ejemplo, lo acusó de ser candil de la calle y oscuridad del estado. Es fácil tirar la piedra y mirar para otra parte. Por supuesto que la policía del recién llegado Bronco se debió haber anticipado y debió reaccionar con velocidad extraordinaria para evitar una carnicería de esa magnitud. Pero la tragedia en el penal de Topo Chico, los 49 muertos, tiene que cargarse, antes que a nadie, a la cuenta del gobierno del presidente Peña Nieto. Tal como lo hicieron los priístas con el presidente Calderón.
El gobierno de Peña Nieto lleva ya tres años, dos meses y 12 días en el poder. Se presentó como un grupo que, con estrategia y coordinación, recuperaría el monopolio de la violencia legítima del Estado. Luego de tres años, dos meses y 12 días, no pueden llamarse a sorpresa por la matanza de ayer en el centro de Monterrey. No pueden alegar que no es asunto suyo.
¿No sabían que Topo Chico era un enclave Zeta? ¿Un penal viejo y sobrepoblado? ¿Una cárcel explosiva? Cuando hablan de coordinación en las funciones de seguridad, ¿se refieren a un solipsismo, a una entre ellos? ¿O incluyen a los gobiernos de los estados? Si están coordinados con los gobiernos de los estados, ¿cuál es su sentido estratégico para imposibilitar desgracias como la de ayer?
Ayer por la mañana, mientras reportábamos las protestas de los desesperados familiares de los presos afuera de Topo Chico, recibí un documento conjunto de las secretarías de Gobernación, Defensa Nacional, Marina y la PGR para celebrar la baja en la incidencia delictiva, que por lo demás sigue siendo muy alta (no comprendo la obsesión por exaltar que hoy hay el mismo número de ejecuciones que en 2008, o que la cifra de secuestros es ligeramente menor que en 2010).
Topo Chico volvió a desvelar el rostro severo de la realidad del país. Unos normalistas en Guerrero, unos jóvenes en Veracruz, 49 muertos en una cárcel…: 49, el segundo hecho criminal con el mayor número de muertos en México, superado únicamente por los 52 del Casino Royale de, también, Monterrey, en agosto de 2011. En la cuantofrenia del peñanietismo se dirá que, como sea, es un 6% más bajo.
Releo la columna que publiqué el 2 de septiembre de 2011, tras la tragedia en el Casino Royale. La titulé La derrota del comandante Calderón. Cito: “¿Cómo se debe evaluar una ofensiva que, a fin de cuentas, prometió mejorar la calidad de vida? Sólo con resultados. Y no hay elementos ni datos ni sentimientos para pensar que el grueso de los mexicanos viva mejor. Algo falló. Algo grave. Duele escribirlo: el presidente Calderón se marchará derrotado”.
Duele tanto como escribir cuatro años y medio después “La derrota del estratego de Peña Nieto”.
MENOS DE 140. Yo no escribí ese libelo contra el PRI que, de nuevo y actualizado, han puesto a circular en las redes con mi firma. No es mío.
gomezleyvaciro@gmail.com