¿Por qué en España parece imposible esa gran coalición entre la izquierda y la derecha que algunas veces ha funcionado en Alemania?

Aventuro lo que enseña la historia europea. Al perder la guerra en 1945 los alemanes asumieron, aun divididos en dos bloques, la culpa colectiva como votantes y cómplices del nazismo. Sólo muy pocos, las bandas ultraizquierdistas de los años setenta y los neonazis tras la reunificación de 1990 han sido desleales a ese “patriotismo constitucional” pregonado por el filósofo Habermas. Y justamente lo que falta allá es patriotismo constitucional, como lo muestra la sarabanda catalanista de querer imponer a la brava una independencia inverosímil cuando, siendo piadosos, priva un empate entre tirios y troyanos. Lo muestra la pequeñez de Mariano Rajoy y el dilema trágico del PSOE, quien al parecer prefiere formar gobierno a petición de Felipe VI entregándose a Podemos, su probable liquidador, que formar una mayoría constitucionalista con un PP corrompido y acobardado.

No hay que irse hasta la España invertebrada (1922) de Ortega y Gasset para entender lo que ocurre. La victoria de Franco en la Guerra Civil sigue dividiendo a los españoles pues su régimen, a diferencia del nazi, no sufrió de ninguna condena universal. Al contrario. Pese a las esperanzas de los derrotados, el amigo español de Hitler y Mussolini cayó parado en 1945 y una década después su España fue readmitida en la ONU. A Estados Unidos les salió barato perdonar a Franco porque lo necesitaban para ganar la Guerra Fría de la misma manera que durante la Guerra Civil, Stalin no podía ni quería sostener un régimen comunista en la península. Victorioso, Franco masacró a los vencidos y recurriendo a la antipática ucronía, no habría sido muy distinta una improbable victoria de la República con un aparato militar dominado por los comunistas. Es imaginable un Santiago Carrillo eliminando a los socialistas, a los anarquistas y a los republicanos, a lo largo de la posguerra y abandonando el poder hasta 1989, junto a los Ceaucescu y Zhivkov.

El franquismo, vil de principio a fin, modernizó al país y lo puso en condiciones para una transición democrática ejemplar a la cual le debe España las décadas más felices de su historia. Pero la alta estatura política alcanzada al pactarla por los protagonistas de la Moncloa, no fue suficiente para curar la herida original de 1939. No basta con desenterrar fusilados y cambiar el callejero. Tampoco es muy fiable una memoria histórica que otorga al gobierno en turno el trabajo del historiador.

El PP, donde conviven desde la extrema derecha hasta no pocos liberales, es visto por toda la izquierda como un heredero vergonzante de la dictadura y no como lo que es, una derecha democrática acaso a su pesar. A diferencia de la francesa, no tiene para presumir un De Gaulle junto a los muchos conservadores galos que se batieron con él contra los alemanes. Patriotismo constitucional es precisamente lo hecho con regularidad, en Francia, cuando la izquierda y la derecha frenan a los xenófobos, retirando a su candidato menos votado y cerrándole el camino al Frente Nacional.

Pactar con el PP y Ciudadanos un gobierno de transición —pues en efecto el exitoso régimen de 1978 cumplió su ciclo— es lo que indica el sentido común, pero a la mayoría de los socialistas les parece horrendo ese pacto con el diablo. Eso es la política, diría Weber. La política, también, dijo Ortega, es elegir el mal menor. Quedémonos, sugieren las mentes más frías en la península, con el diablo menor, como parece quererlo Ciudadanos. El otro diablejo, una inestable coalición del PSOE con Podemos y la sopa de letras nacionalista (si ésta se presta), sería un desastre para la unidad de una España saliendo de la crisis (gracias al corrupto Rajoy) y para el viejo y honorable partido socialista español, quien bien puede ser devorado por los podemitas, un ansioso movimiento neobolchevique, pues son ellos quienes piropean a su Pablo Iglesias, un político de indudable audacia, como un nuevo Lenin, lo cual no tiene nada de extraño en un mundo donde el filósofo comunista de moda, el esloveno Zizek, se retrata acostado en la cama bajo un retrato de Stalin. Ojalá se cumpla la esperanza de Vargas Llosa de que, en ese caso, el poder moderará a Iglesias y lo hará entender, como lo está comprendiendo su camarada griego Tsipras, que hoy día, la realidad suele ser de derechas. A menos que la izquierda, por fin, diga otra cosa.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses