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Hoy el gobierno de Enrique Peña Nieto cumple tres años. En el verano de 2014, cuando llevaba año y medio en el poder y parecía que todo le salía bastante bien, un gran amigo me desafió con esta pregunta: ¿qué me hubieras dicho si en medio de la campaña presidencial de 2012, cuando el movimiento #YoSoy132 hacía tambalear las aspiraciones del candidato priísta, yo te hubiera afirmado: Peña Nieto no sólo va a ganar cómodamente la elección sino que en sus primeros meses va a lograr una negociación amplia con sus rivales del PAN y el PRD que derivará en la aprobación con ellos de once reformas estructurales, entre ellas las más difíciles, como la energética, la de telecomunicaciones y la educativa; y además de eso va a meter a la cárcel a Elba Esther Gordillo y capturará al Chapo Guzmán?
Todo eso había pasado en la primera cuarta parte del sexenio y nadie en su sano juicio lo hubiera pronosticado. Un arranque trepidante, un régimen que marcaba agenda, que logró sacudirse la inseguridad pública que en el sexenio anterior era tema único, que puso a México como el país de moda a nivel internacional, fila de inversionistas para reunirse unos minutos con el presidente y su secretario de Hacienda en el Foro Económico Mundial de Davos. El “momento mexicano”, el mexican moment le apodaron en la prensa más influyente del planeta.
Pero entonces llegó el otoño de 2014. Y todo se derrumbó.
La reacción tardía y mala ante la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, y los escándalos de corrupción y conflicto de interés por las casas privadas a los que el presidente y su grupo reaccionaron con desdén, como si nada incorrecto hubieran hecho, estancaron al gobierno, lo dejaron noqueado, sin enfoque, y no ha sabido levantarse.
Hoy, de aquella imagen reluciente de México sólo quedan manchas de sangre y de dinero. Del país de las reformas pasamos al país de los asesinatos y las transas. Y ya hasta se fugó El Chapo. #TodoMal, resume un hashtag lapidario.
¿Qué presidente es Enrique Peña Nieto? ¿El moderno reformador del primer año y medio, o el clásico priísta, caricaturizado como dinosaurio inamovible, del segundo?
Tiendo a pensar que en él hay más del segundo que del primero, y que quizá su habilidad de segundo permitió lograr lo que presumió como primero. Pura especulación de observador.
Pero quizá la pregunta más relevante no es qué presidente es, sino qué presidente va a ser. Porque le quedan tres años, la mitad del mandato, y es muchísimo tiempo, mucho destino de nación como para no preocuparse.
La política no es futbol, pero hasta el equipo más derrotado puede regresar a la cancha, después del medio tiempo, con nuevos bríos, imaginación, otro planteamiento de juego, y no sólo remontar sino dar la voltereta.
Pero para eso tiene que darse cuenta que el marcador está en contra, aceptar los errores y enmendarlos. Algo que parece tan simple pero que, a juzgar desde fuera, les ha resultado dificilísimo.
Falta la segunda mitad: ¿tendrá con qué?
historiasreportero@gmail.com