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París, Francia.— Visto de lejos, podría parecer que todo vuelve a la normalidad. Los niños van a la escuela, sus papás al trabajo, hay tráfico en la Ciudad Luz. Parecería que los franceses ya despertaron de la pesadilla de los ataques terroristas que el viernes mataron a más de cien personas.
Pero no. Ni aquello fue la ficción de un mal sueño ni han despertado.
El ambiente pesa. Es como si por el Sena fluyera un aceite espeso. Como si todos tuvieran dolor de cabeza y nadie quisiera tomarse dos pastillas. Ese es el semblante de la gente de París.
El viernes a eso de las 9:30 de la noche hora local, terroristas de la organización Estado Islámico de Irak y Siria (EIIS en español, ISIS en inglés) sincronizaron tres hombres-bomba alrededor del Estadio de Francia donde jugaba la selección de futbol local contra Alemania, cuatro ráfagas de cuerno de chivo contra restaurantes y una masacre a balazos con explosiones suicidas contra el público de un concierto de rock.
Con esto, EIIS comprueba —para quien no lo haya querido admitir antes— que es el grupo terrorista más peligroso de la actualidad, por encima de Al Qaeda, con cuya dirigencia actual está peleada.
Las investigaciones de los ataques en París han revelado que los terroristas eran jóvenes musulmanes, varios de ellos franceses. Este dato es el que más desequilibra a los cuerpos de inteligencia.
EIIS ha resultado atractivo para jóvenes que profesan el islamismo en todo el mundo. Desde que el año pasado EIIS logró controlar el territorio de medio Siria y un tercio de su colindante Irak, miles de ellos dejaron sus países natales, a cuyos regímenes de gobierno desprecian y cuyas costumbres les parecen alejadas de las instrucciones de Dios. Llegaron al recién instaurado califato, muchos con sus familias, procedentes de Francia, Bélgica, Gran Bretaña, Australia y Estados Unidos.
A unos les atrae la aventura de la insurgencia, a otros el espíritu antioccidental, no pocos creen que tal es el mandato de Alá y que no sumarse sería pecado mortal.
Los hay locos e inadaptados, pero también educados, profundamente religiosos, intelectuales, que tras haber estudiado el Corán y las enseñanzas de Mahoma concluyen que la democracia y los derechos humanos impulsados por Occidente van contra el plan de Alá, que incluye lapidaciones, crucifixiones, amputaciones y decapitaciones como castigos de uso corriente, así como el reparto de los prisioneros de guerra para que trabajen de esclavos y de sus esposas para que funjan como concubinas, como epílogos de cualquier batalla en la que resulten victoriosos.
A diferencia de Al Qaeda, que tenía que lograr que sus atacantes árabes entraran con visa de turista o estudiante a los países enemigos, los militantes de EIIS tienen pasaporte local. Eso los vuelve más efectivos y más peligrosos.
Hoy en las calles de París la pregunta que más se repite entre los ciudadanos es ¿cómo le va a hacer el gobierno para frenar estos ataques, si los terroristas son nuestros compatriotas?
Bataclan se llama el teatro donde más murieron el viernes. El nombre se toma de una opereta de Jacques Offenbach. Trata de unos chinos que buscan derrocar al emperador... hasta que se descubre que son falsos chinos: los conspiradores tienen pasaportes franceses.
No sé si EIIS escogió el lugar al azar.
historiasreportero@gmail.com