“Un pejelagarto a la vez”, dijo Margarita Zavala durante una gira en Tabasco, mientras degustaba uno de estos pescados en un restaurante, haciendo referencia al apodo del rival a vencer en la elección presidencial, Andrés Manuel López Obrador, puntero en las encuestas.

Fue el primer momento simpático, suelto, de la precandidata presidencial panista en mucho tiempo. Porque últimamente ha lucido errática, perdiendo, fallando. Si fuera futbolista, los cronistas le habrían dicho que había perdido “el toque” que se le conocía, que ya no metía goles.

Margarita Zavala arrancó con ímpetu su aspiración a obtener la candidatura presidencial del PAN y fijó la agenda en su partido y en sus adversarios. Pero ese ímpetu se ha ido apagando, a pesar de que ella conserva la muy envidiada condición de ser la mejor posicionada de su partido en las encuestas de la sucesión 2018.

Empujó para que Ricardo Anaya deje la dirigencia nacional de su partido y anuncie oficialmente la aspiración que todo mundo sabe que tiene. No lo logró. Trató de cobrarle la derrota electoral de este 4 de junio. El asunto no prendió como se hubiera esperado. Buscó adelantar los tiempos de la elección de candidato panista a Los Pinos. Tampoco.

Anaya mantiene el control interno del partido, Moreno Valle empieza a sacar la cabeza y los otros caballos de la carrera azul (Derbez, Romero Hicks, Ruffo) respaldan públicamente al joven dirigente nacional.

Encima, la conversación pública se ha tornado hacia el escenario de que el PAN y el PRD conformen una alianza y se sabe que Margarita Zavala es uno de esos nombres que el PRD vetaría, fundamentalmente por tratarse de la esposa del ex presidente Felipe Calderón.

Si no quiere irse desdibujando, ella necesita sacudir su campaña y quizá resolver un asunto central: qué hacer con Felipe Calderón.

De pronto se presenta como un estratega que presume haber vencido ya una vez a López Obrador, de pronto salta al ring como el más entrón de los golpeadores, de pronto quiere dárselas de presidencial, de pronto parece ser él quien busca la candidatura. Un día jefe de campaña, otro día porro, otro día hombre de Estado, otro día candidato.

“Tienen que resolver qué hacer con Felipe”, me dijo un ex funcionario que colaboró cercanamente con él en su administración federal y que ya no forma parte de lo que queda del calderonismo, un grupo político que a fuerza del desgaste del gobierno, de descalificaciones y disputas entre ellos, terminó por fracturarse y enfrentarse: hoy hay calderonistas trabajando hasta para Del Mazo.

No olvidemos que en el primer año de gobierno de Peña Nieto, Calderón y su familia tuvieron que salir casi huyendo de México para refugiarse en una prestigiada universidad estadounidense hasta donde lo persiguió el saldo de muertes de la guerra que declaró al crimen organizado. Los escándalos de corrupción del actual régimen le abrieron la puerta de regreso, no una revaloración histórica de su gestión como para que ahora sea trampolín de continuidad o modelo inspirador.

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