El domingo por la noche, en el instante en que el Instituto Electoral del Estado de México anunció que el conteo rápido favorecía al candidato del PRI, Alfredo Del Mazo, el dólar bajó 30 centavos. Con la fiereza con la que reaccionan los mercados internacionales, en unos minutos el peso se fortaleció frente a la moneda estadounidense.

El lunes fue el segundo acto. Desde la mañana empezó a suceder algo inesperado por las autoridades financieras: 10 mil millones de dólares se repatriaron en una sola jornada de operaciones de dinero. Es una cantidad enorme de recursos. Era dinero que había salido del país por diversas razones y cuyos dueños parece que estaban esperando el resultado electoral del domingo para aprovechar el programa de estímulos fiscales para la repatriación de capitales que echó a andar la Secretaría de Hacienda hace unos meses para contener la inestabilidad generada por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
La caída del dólar y el regreso de las inversiones responde a una sola lectura: Andrés Manuel López Obrador no ganó en el Estado de México.

Pongamos de lado que las impugnaciones están en curso —y ahí a Morena le acompañan PT, PAN y PRD— y que desde muchas ópticas del análisis el resultado del domingo puede considerarse un avance notabilísimo de López Obrador.

Centrémonos en el mensaje que están mandando los mercados financieros de México y el mundo a un hombre que aspira a ser presidente de México y que, hoy por hoy, luce como el mejor posicionado, el rival a vencer para los demás.

El mensaje es que López Obrador les genera incertidumbre. Y no es porque festejen la gestión de Peña Nieto (si bien las reformas estructurales han sido aplaudidas, la situación de Pemex y el endeudamiento oficial han sido objeto de airados reclamos y hasta bajas en la calificación crediticia) sino porque el dirigente nacional del Movimiento Regeneración Nacional no ha sabido mandar señales de certeza sobre cuál sería su manejo de la economía.

No creo que tenga que ver con los esfuerzos que hacen platicando con inversionistas algunos de sus allegados —como el empresario Alfonso Romo y el senador Mario Delgado— sino con la personalidad de Andrés Manuel y su discurso rupturista.

Frente a esta realidad, el tabasqueño tiene dos opciones principales:

La primera es “trabajar” a los mercados financieros y a los tomadores de decisiones llevándoles mensajes de certidumbre y compromisos concretos sobre cómo manejará los mercados en caso de ser favorecido por el voto de la gente. Claro, en caso de que su plan sea no jugar con las variables económicas… o por lo menos hacer creer eso y hacer después lo que le venga en gana.

La segunda es montarse en el discurso de buena parte de la izquierda latinoamericana que condena a los mercados financieros, los descalifica, rompe con inversionistas, calificadoras, organizaciones de medición independientes, etcétera, y considera a todo este grupo parte del problema que ha hundido al país en la pobreza. El pleito estará cantado entonces.

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