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El presidente Peña Nieto, el secretario Osorio Chong, el canciller Videgaray, el procurador Raúl Cervantes, el comisionado Renato Sales, algunos colaboradores de máxima confianza, el más alto nivel de la embajada de Estados Unidos y un puñado de integrantes de élite de las fuerzas federales eran los únicos enterados en México de lo que estaba por suceder ese 19 de enero de 2017: El Chapo Guzmán sería finalmente extraditado.
En su celda del penal de máxima seguridad “Norte” de Ciudad Juárez, Chihuahua, El Chapo despertó esa mañana para desayunar papas con verdura y jamón, frijoles con chicharrón, tres tortillas de harina, té de manzanilla, papaya, leche deslactosada, yogurt y cereal.
Como todos los días, la comida era antes probada por los perros Baguira y Chihuahuitas para evitar cualquier intento de envenenamiento, y llevada por una empleada de la empresa proveedora La Cosmopolitana, quien se la entregaba al elemento del Grupo Alfa encargado de dársela sin entablar conversación.
Según el documento oficial que tengo en mi poder, que relata las últimas horas de Joaquín Guzmán Loera en México y que no puedo publicar porque expondría a la fuente, después de desayunar, un enfermero penitenciario le dio sus medicinas: una tableta de diclofenaco compuesto, media tableta de diclofenaco simple (ambas analgésico), el laxante plántago psyllium, bezafibrato para controlar el colesterol y los triglicéridos, y una tableta del antibiótico amoxicilina. “No le tomó signos vitales”, señala el reporte.
Luego, tres elementos del Grupo Alfa del Consejo Nacional de Seguridad lo llevaron a bañarse. Más tarde, recibió una notificación del Juzgado Séptimo de Distrito con sede en Ciudad Juárez y un agente de Alfa le llevó de la tienda una bolsa de papitas, una de Fritos, una bolsa de cacahuates japoneses, un paquete de galletas Marías, dos Coca-colas, un jabón neutro, pasta y cepillo de dientes, un rastrillo (que quedó bajo custodia del grupo Alfa, pues por tratarse de un filo sólo se lo dan unos minutos para usarlo y bajo supervisión), detergente en polvo y dos rollos de papel higiénico. Una de sus abogadas, Silvia Rocío Delgado García, se entrevistó con él en el cubículo técnico 1, de 10:52 a 11:44 am, y luego le llevaron mole, arroz y frijoles en lo que fue su última comida en su país.
Lo que sucedió después tomó por sorpresa al capo y a sus abogados. El gobierno federal determinó que ese 19 de enero se abría una ventana en el proceso legal de Guzmán. Era una ventana de unas horas en las que, según las autoridades federales, sus abogados no habían blindado al capo frente a una resolución del colegiado que abría la puerta a la extradición, pero como seguramente obtendrían un amparo en breve, para el gobierno era “ahora o nunca”. Así me lo reveló una fuente de alto rango. Los abogados de Guzmán rebaten esta consideración pues aseguran que el traslado fue contra la ley y lo impugnaron en tribunales.
El jefe de los abogados de El Chapo, José Refugio Rodríguez, llegaba a visitarlo al penal de Juárez. Si él detectaba algo raro buscaría proteger a su cliente. Así que el gobierno buscó que nada se notara, que todo pareciera normal.
El licenciado Rodríguez entró al penal. Por protocolo de seguridad le quitaron sus celulares. Era la rutina de cualquier visita. Pero en ese momento, cuando estaba incomunicado con el exterior, se activó el Código Negro: Nadie podía cambiar de área dentro del penal. Congeladas las visitas. Máxima alerta. Máxima seguridad. Todos quietos.
Al Chapo lo movieron al cubículo técnico 1 para tomarle huellas dactilares y fotografías, salió por la aduana vehicular y fue entregado a la Policía Federal Ministerial.
Una Suburban blindada negra sin placas lo condujo a la explanada exterior de la cárcel, donde habían aterrizado dos helicópteros oficiales Blackhawk. Uno llevó al capo (el de matrícula 1065), el otro era para despistar y repeler, por si intentaban rescatarlo. Volaron al Aeropuerto Internacional de Ciudad Juárez, donde lo entregaron en custodia a las autoridades de Estados Unidos. Se había completado la extradición en las últimas horas de Barack Obama en el poder.
El presidente Peña y su equipo querían entregar el capo a la administración Obama. Temían que con la llegada de Trump al día siguiente pudiera pasar algo raro. ¿Les regresaran al Chapo? ¿No se los aceptaran? ¿Les cambiaran la jugada? Todo es impredecible con el nuevo presidente de Estados Unidos. Así que la extradición del que fue el hombre más buscado del mundo se realizó 18 horas antes de que asumiera el mando el magnate del Partido Republicano.
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